Por Rebeca Reynaud

Preguntó el Papa Paulo VI:

– ¿Qué hora es?

Y él mismo contestó:

– Es la hora de los laicos.

Lo dice porque hoy, más que nunca, el laico está llamado a dar testimonio. Y hoy, la batalla es cultural, hay que estudiar y saber de historia, literatura, filosofía, arte, política y, en general de las Humanidades.

La historia humana siempre será de gran utilidad. Ella nos permite conocer hechos de grandeza y nobleza y también hechos de crueldad y vileza. Al conocer las páginas oscuras de la historia, podemos aprender del pasado. Hemos aprendido, entre otras cosas, que el socialismo empobrece y hace infeliz a la población, que el ser humano aspira al desarrollo. Lo que vemos ahora es “un mundo que necesita una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo sobre los cuales construir un mundo mejor” (Caritas in veritate, 21).

A muchas personas les tiene sin cuidado la política. No se han dado cuenta de que en la política les va desde el precio de los jitomates y el alza de la gasolina hasta la vida propia y la de los suyos. Hay que interesarse por la marcha del mundo. Es importante cumplir nuestros deberes cívicos. Hay que saber en quiénes depositamos los destinos de la patria. La historia, la literatura y el arte nos revelan que no hay nadie demasiado diferente, no hay sino una única humanidad que sueña, sufre, ríe, llora, adora y espera.

“La suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar” (GS 31,3).

Algunos políticos exigen un Estado laico donde nadie imponga sus ideas. ¡Ese político es el primero que impone sus ideas laicistas! –que no son neutrales: suponen ya tomar postura-, a un país como México formado en un 75% de católicos.

Mary Ann Glendon -catedrática de Derecho de la Universidad de Harvard y miembro del Consejo Pontificio de Laicos- dice: a lo largo del siglo XX, los líderes de la Iglesia Católica suplicaron con creciente urgencia a los hombres y mujeres laicos, que fueran católicos más activos en la sociedad. No resulta sorprendente que Juan Pablo II haga frecuentes referencias al laicado, equiparándolo con un “gigante dormido”. Ahora que ese “gigante dormido” comienza a despertarse. Tras una larga espera, ¿podría ser ésta la hora del laico?

Los católicos se constituyen como personas en virtud de la Historia de la salvación del mundo, y parte de esta Historia requiere que sean activos en el mundo, diseminando la Buena Nueva allá donde estén. Pero ¿cuántos católicos laicos han leído cualquiera de las cartas que los Papas les han enviado a lo largo de los años?, ¿cuántos católicos saben dar una explicación lógica sobre temas elementales sobre lo que enseña la Iglesia en materias cercanas a ellos, como la Eucaristía o la sexualidad?
San Juan Pablo II elaboró este tema en Christifideles laici, donde señaló que esto será posible en sociedades secularizadas sólo “si los fieles saben cómo superar la separación existente entre el Evangelio y la realidad de sus vidas, para, una vez más, tomar en su vida diaria, en sus familias, su trabajo, y la sociedad en la que se desenvuelven una unidad de vida que se manifiesta por la inspiración y fuerza del Evangelio”.

San Juan Pablo II explica que “no es cuestión de inventar un programa nuevo. El programa ya existe: el plan es el que encontramos en el Evangelio y en la Tradición viva; es el mismo de siempre”.

El Padre Richard John Neuhaus ha dicho que la crisis de la Iglesia Católica en el siglo XXI tiene tres facetas: fidelidad, fidelidad y fidelidad. Tiene razón al enfatizar que la falta de fidelidad ha llevado a la Iglesia a una triste situación, pero también hay que decir que estamos pagando el precio por otro desastre: La falta de formación de nuestros teólogos, de nuestros educadores religiosos y, por tanto, de padres y madres de familia.

En Estados Unidos, explica Mary Ann Glendon, apareció uno de los eslóganes más destructivos: “Personalmente, estoy en contra del aborto, el divorcio, la eutanasia, pero no puedo imponer mis opiniones a otros”. Es una anestesia moral. La anestesia fue eficaz a la hora de silenciar el testimonio de innumerables hombres y mujeres de buena voluntad. Y, por supuesto, el eslogan fue un éxito para políticos cobardes y faltos de principios.

 


 

Por favor, síguenos y comparte: