Por P. Fernando Pascual

En familia, ni el padre ni la madre lo saben todo. En el Estado, ni los políticos ni otros funcionarios públicos conocen todo.

Afirmar lo anterior parece una obviedad, pero ilumina un tema antiguo y siempre moderno, que se puede expresar con dos preguntas: ¿qué conocimientos necesitan los políticos para ser buenos gobernantes? ¿Cómo garantizar la elección de políticos que tengan un saber adecuado para sus tareas?

La primera pregunta se orienta a un horizonte amplio: un buen político debe conocer cómo es la gente que gobierna, qué necesita, cómo elaborar buenos presupuestos, cuáles son los problemas que más afectan a la vida pública.

Resulta fácil intuir que muchos políticos no conocen tantos temas fundamentales para la vida pública. Unos no conocen aspectos centrales de la economía. Otros carecen de estudios sobre agricultura, sobre medicina, sobre ingeniería, sobre comercio.

Frente a esas carencias, es obvio que los gobernantes necesitan pedir el consejo de expertos. Pero el hecho de que existan asesores (esperamos que competentes) no exime a los políticos de asumir sus responsabilidades a la hora de seguir (o no seguir) lo que digan los asesores en cada tema concreto.

La segunda pregunta genera una serie de problemas, pues muchos sistemas democráticos no facilitan la elección de personas competentes, sino que dependen de partidos políticos que no suelen distinguirse por tener miembros bien preparados.

Para algunos, puede parecer una utopía pensar que llegará el momento en el que los candidatos políticos estarían obligados a superar exámenes para garantizar un conocimiento básico sobre temas claves de la vida pública.

Para otros, la sola idea de exigir ciertos conocimientos a los candidatos podría poner en peligro la misma esencia de la democracia, que supondría que cualquier ciudadano, también los que tienen pocos estudios, pueden presentarse como candidatos para cargos públicos.

Afrontar este tipo de preguntas está en conexión con teorías que hablan sobre la “epistocracia”, es decir, sobre el papel que el conocimiento debería tener a la hora de elegir a nuestros gobernantes.

Sin analizar las diversas teorías que abordan este complejo tema, resulta siempre importante, para que los electores puedan votar mejor, conocer qué saben realmente los candidatos que se presentan para ser elegidos a un parlamento o a cualquier otro ámbito de la vida pública.

Lo que resulta claro es que la competencia en ciertos campos del saber, unida a la honradez y otras habilidades humanas, enriquece y potencia a quienes se presentan como candidatos a cualquier cargo público, pues así tendrían mejores posibilidades para tomar decisiones que promuevan, eficazmente, el bien común que tanto deseamos.

 


 

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