La Iglesia nos ha advertido acerca de la tentación de profanar lo sagrado y, ahora, de sacralizar lo profano.
Por Mario De Gasperín, obispo emérito de Querétaro
Cuando la Biblia dice que “al principio creó Dios el cielo y la tierra” y después puso en ella al hombre hecho a su “imagen y semejanza”, el ser humano queda colocado en el centro de esta obra creadora, como responsable de su custodia y el único capacitado para dialogar con Dios. Queda, en la totalidad de su ser creatural, re-ligado con su Hacedor. Religioso por naturaleza.
Mircea Eliade lo dice así: “Lo sagrado es un elemento de la estructura de la conciencia, no simplemente un estadio de la historia de la conciencia”. No sólo tiene o practica una religión, sino que es religión. Esta condición introduce al hombre en el campo de lo sagrado y, por lo tanto, del poder y del dominio en sus múltiples dimensiones.
Al iniciar su ministerio, Jesús clarificó frente al Tentador el sentido de su misión ante el poder económico, político y religioso de su época. La Iglesia nos ha advertido acerca de la tentación de profanar lo sagrado y, ahora, de sacralizar lo profano. Sobre esto hacemos algunas observaciones.
Eslóganes seductores
Una de las expresiones usadas como eslóganes por el partido que llevó al poder al actual gobierno, fue proponerse como “la esperanza” de la Nación. ¡La esperanza de todo un pueblo, de toda una nación! Es verdad, que nadie puede vivir sin esperanza, pero ¿de qué esperanza se trata? ¿De progreso? ¿De felicidad? Y, ¿puede un gobierno ofrecer, o más, crear felicidad? Ciertamente, a los audaces suele ayudar la fortuna, pero ¿cuánto durará esa efímera esperanza, sin llevar a todos los esperanzados al desengaño, al enojo y hasta a la violencia? Pues toda esperanza humana está marcada por la debilidad y la ilusión, como enseña la Escritura y confirma la experiencia, desde tiempos del paraíso hasta la fecha. Además, ¿qué rostro se esconde detrás del color moreno tan celebrado, venerado y rezado por tantos mexicanos? Es un nombre sagrado, identidad de todo un pueblo, no de una facción. Como México es patria, memoria de los padres, Guadalupe es una entraña maternal.
El arte del engaño
Alterar los nombres y dar nuevo sentido a las palabras suele ser técnica mediática de la clase política, con preferencia de los demagogos y dictadores, así nombrados porque “dictan” su voluntad a otros, a la totalidad de un pueblo. No la comparten, sino que la imponen. Mandan, no enseñan. Por eso, otros los llaman tiranos, sátrapas, faraones, césares, señores, caudillos, gobernadores, emperadores… Jesús los llamó, no sin ironía, “mandamases”, y “zorros”, como a Herodes. La historia humana está llena de esa presencia opresora que ha hecho muy bien su trabajo: el demostrar que son un tropiezo en la marcha de la humanidad. El arte del engaño, una vez descubierto y comprobado, suele ser rechazado con vigor. Mal fin presagia un dictador.
Lenguaje camuflado
Pero hay un signo suficientemente claro, aunque confuso por absurdo, que consiste en emparejar el lenguaje político con el religioso, para darle así una tonalidad cuasi divina. Todo lo que tocan sus discursos y sus rituales, queda sacralizado por un aura preternatural y casi divina. Sobre todo, moral. Son moralistas consumados. Producen discursos y leyes a granel. Sus discursos se convierten en homilías; su táctica política en escuela de virtudes; sus seguidores en devotos creyentes, que desempolvan imágenes sacras olvidadas y devociones esotéricas. Estamos así rayando en la idolatría. Es el caso de llamar a la propuesta política “esperanza” de la nación; a la pobreza virtud franciscana; a los pobres prioridad social; a las propuestas ideológicas la voz de Dios; a su conveniencia el mandato del pueblo; a sus propagandistas servidores comunitarios; a sus omisiones de autoridad abrazos fraternos, y a la lucha contra la corrupción transparencia del corazón, no de las cuentas. Este camuflaje del lenguaje y sus rituales pseudo-político-religiosos –sahumerios, limpias, conjuros– terminan convirtiéndose en una nueva religión desacralizada, que confunde la Esperanza cristiana con el progreso material, la felicidad con la diversión, y la vida eterna con la pensión vitalicia. Esta sería la redención verdadera que el Dios cristiano no ha podido proporcionar y que ahora ellos reciben como misión que cumplir.
Fortaleza y perseverancia
Desamorados. Ante una empresa de tales dimensiones, es natural que surjan numerosos obstáculos por vencer, y que el asunto lleve su tiempo. Se necesita readaptar las estructuras y garantizar la continuidad, prorrogable hasta la eternidad. Lo primero, exige militancia incondicional y fortaleza contra los embates del enemigo. Lo segundo, perseverancia en el proyecto, cualidades que sólo el líder puede garantizar, gracias a su carisma cuasi-creador. La rigidez de la ideología le dará la dureza de carácter para no conmoverse fácilmente ante fracasos parciales y dolores de personas o de grupos de escasa significancia. Toda compasión ante el sufrimiento será insignificante ante el mega proyecto salvador, así se lastime la dignidad inalienable de las personas o los derechos de los grupos humanos, incluidos los religiosos. De la dureza de los ciudadanos romanos se quejaba San Pablo y los llama “desamorados”, incapaces de sentir amor o compasión ante el dolor ajeno. Quien así procede está muy por debajo del nivel humano. Jesús obtiene la confesión del vilipendiado endemoniado de Gerasa con un nombre, préstamo del latín, “Legión”, la unidad más poderosa y cruel del ejército romano. (Mc 5, 9).
Persistencia en el poder
Por lo que respecta a la durabilidad del líder, es indispensable que el hombre pueda buscar mantener su presencia el mayor tiempo posible. Las artimañas para prolongar su liderazgo son nota propia de todos los dictadores y afines. Se eternizan en sus puestos y con astucia los conservan, no importándoles los métodos. Los faraones en Egipto duraron siglos en el poder, y el decálogo de Moisés fue dado a Israel para liberarse de ellos, y no reproducir jamás su ejemplo. Tratándose de ese poder, tajante ordenó Jesús: “entre ustedes no será así”.
Crear su propia justicia
El empeño de crear felicidad es una ilusión perniciosa que suele terminar en fracasos ruidosos y dolorosos. “Pretender que la humanidad pueda y deba hacer lo que ningún Dios hace ni es capaz de hacer, es idea presuntuosa e intrínsecamente falsa”, dice el Papa Benedicto XVI (SS 62), pues “el que de ella se hayan derivado las más grandes crueldades y violaciones de la justicia, no es fruto de la casualidad… Un mundo que tiene que crear su justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza… Nadie ni nada garantiza que el cinismo del poder –bajo cualquier seductor revestimiento ideológico que se presente- no siga mangoneando el mundo”. Basta recordar las tragedias de Europa en la época de sus dictadores del pasado siglo, y las experiencias dolorosas de similares ensayos en nuestra América Latina, para comprobar lo dicho. Pretender un mundo sin pecado siendo imperfecto, y olvidarse de la libertad coartándola, es empeño fallido e insensato, fuera de toda realidad.
La religión como enemigo
Ante pretensiones tan desorbitadas, el distanciamiento y aún el enfrentamiento con la religión es de preverse, y con el cristianismo de esperarse. Se comenzará declarándolo opositor, y se progresará en acoso sistemático: recorte de ministros, supresión de escuelas y universidades, derribo de imágenes, cambio de festividades, mutilación de la historia, persecución metódica y sistemática, violación de derechos humanos y desenlace fatal. La historia está llena de ejemplos y nuestra patria también.
Ideología sí, religión no
Por regla general los tiranos sustituyen la religión por la ideología, que son sistemas cerrados de pensamiento, producen hombres de una sola idea, y por tanto, de difícil apertura al diálogo y al cambio. Se piensan seres iluminados, privilegiados por la divinidad, o cualquier ente preternatural, hasta caer en la adivinación, la magia o la superstición; capaces de presentir la voz del pueblo como voz divina, o mandato imperativo, generalmente de orden moral, como sería eliminar a los adversarios, combatir la corrupción, purificar el mundo de las injusticias y crear una felicidad que otros, ni han sabido ni querido proporcionar. Esta sería, pues, la verdadera “democracia”, es decir, el verdadero servicio al pueblo, de modo que el reino del hombre, por el hombre y para el hombre, le provea de la felicidad que le pertenece aquí en la tierra, derecho que hasta ahora le ha sido denegado.
Sólo Dios crea la justicia
Toda redención exige sacrificios y, por tanto, víctimas expiatorias. La primera, y más excelente, ha sido la Constitución política de los Estados Unidos Mexicanos, texto venerado por unos y causante de luchas fratricidas por otros, ahora maltratado en términos nunca oídos, con deterioro del estado de derecho. Todos los juramentos proferidos de su guarda y de las leyes que de ella emanen, por decir lo menos, se han volatilizado. Del tercero de los poderes de la Unión se anuncia una sanación de raíz, y no sólo un trasplante de mejorada justicia, tesis que la experiencia contradice, y que el Papa Benedicto XVI expone así, justificando la necesidad del Juicio final como exigencia de justicia que se nos niega en esta vida: “Estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la vida eterna… La injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto”. Por tanto, “la protesta contra Dios en nombre de la justicia no vale. La fe nos da esa certeza: Él lo hace. Sólo Dios puede crear justicia. En consecuencia, un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza. (SS 43).
Ubicación evangélica
El poder en Israel, en tiempos de Jesús, estaba representado en tres grupos de personas: El poder religioso en los sacerdotes del templo; el poder doctrinal y moral en los escribas y fariseos; el poder político en los saduceos y herodianos. No había separación clara entre ellos, reinaban las divisiones e intereses de grupos, algunos de entre ellos violentos. Jesús tuvo que moverse con cautela, pero siempre con libertad. Un incidente al interior del grupo fue el de los hijos de Zebedeo, los violentos Santiago y Juan, que pretendían, uno sentarse a la derecha y el otro a la izquierda del trono en el Reino de Jesús. Jesús les hace saber lo errado de su petición y el desconocimiento de la naturaleza de su Reino. Incidente menor en apariencia, pero de enormes consecuencias.
Derecha e Izquierda en el Reino
Jesús modifica radicalmente su petición. Sí hay un Reino, pero los requisitos son beber el cáliz del dolor y ser bautizado con su nuevo bautismo, en su propia sangre. Ellos aceptan la oferta, sin comprenderla del todo. La comprenderán después cuando Jesús, en el trono de la Cruz, garantice al malhechor arrepentido, al de la derecha, la entrada en su Reino, y cuando el silencio misterioso de Dios envuelva al malhechor blasfemo de la izquierda. Al reinado de Jesús se entra solamente por la puerta de su corazón abierto en la cruz. La otra mención de la izquierda y derecha de Jesús en su Reino es el pasaje en que nos habla del Juicio Universal que nos espera, y de la admiración de los elegidos al ser aceptados en su reino por haber dado de comer al hambriento y de beber al sediento. La razón de Jesús es sencilla y contundente: “A mí me lo hicieron”. Esta es la “opción cristológica” para los cristianos, como la llamó san Juan Pablo Segundo. Sólo Jesús redime al pobre, porque el pobre es Jesús. Y nada más. Por eso, “el mejor servicio al hermano es la evangelización que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente”, nos enseñaron nuestros Obispos (Doc. Puebla, n. 1144). Menospreciar al pobre, manipular sus intenciones, comprar su voto y darle como dádiva lo que le corresponde en justicia, es lastimar la carne viva de Jesucristo. Un poder así obtenido pierde legitimidad, pues carece de base moral y, por tanto, de autoridad para gobernar en favor de todos y para todos. Es necesariamente antidemocrático.
La tentación de Jesús
La tentación del cristiano respecto al poder político es la misma que venció Jesucristo ante Satanás. Comienza el Tentador con un reto: “Si eres el Hijo de Dios…”. Jesús tiene que demostrarlo. Y como nada hay más codiciado para un dictador que dar de comer al pueblo, la tentación consiste en “Hacer que estas piedras se conviertan en pan”. El hambre de la humanidad no se ve como una responsabilidad humana y moral, en particular del poder político y económico, sino como obligación de un Dios que se dice bueno y salvador y que no cumple lo prometido. El reclamo al Dios cristiano ha sido siempre recurso de los poderosos contra la providencia divina y contra la existencia misma de Dios. Negar lo ignorado es desatino mayor.
Los suplentes de Dios
Los agnósticos o negadores de Dios, utilizando consciente o inconscientemente el lenguaje y el simbolismo religioso, llegan a creerse los suplentes y sustitutos de Dios. “Han olvidado las estructuras religiosas, morales y sociales existentes y han introducido su mentalidad tecnicista en el vacío. Creían poder transformar las piedras en pan, pero han dado piedras en lugar de pan. Está en juego la primacía de Dios. Se trata de reconocerlo como realidad sin la cual ninguna cosa puede ser buena. No se puede gobernar la historia con puras estructuras materiales, prescindiendo de Dios”, nos recuerda el Papa Benedicto XVI (Jesús de Nazaret, 1, p. 58).
Un testimonio pagano
Píndaro, poeta y cantor griego de las Olimpiadas, escribe estos versos sobre el papel de la areté, de la virtud, en la vida de la juventud: “De parte de la divinidad pretendo yo lo bello, persiguiendo lo que es posible de acuerdo con mi edad. Y puesto que en la ciudad encuentro la clase media con más duradera dicha floreciendo, censuro la forma de las tiranías. Por virtudes a todos útiles me esfuerzo. Los envidiosos rechazan esto en su ceguera. Mas si alguien logrando la cima de algo y en paz administrándola, al orgullo terrible escapó, a la frontera más bella de la negra muerte camina, dejando a su dulcísimo linaje el gozo de un buen nombre, el mejor de los tesoros” (Pítica XI, a.474). Nosotros, ahora aquí, el pueblo santo de Dios, el nacido en el regazo de santa María de Guadalupe, mantenemos gozosos nuestra fe en Jesucristo, continuamos amando a nuestra Iglesia, confiando en un futuro mejor de paz y fraternidad, y rezando, para ello, en náhuatl y en español.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de diciembre de 2024 No. 1534