Por P. Fernando Pascual
San Antonio María Claret fue un gran misionero porque tenía un gran amor a Dios y porque deseaba ayudar a los hombres. Por eso se esforzaba continuamente por mejorar los métodos para acercar a las almas a Dios.
Entre las ideas que le ayudaron en sus misiones, hay una que vale hoy como siempre: llevar a las personas poco a poco hacia la conversión, sobre todo a quienes tenían más dificultades para apartarse de sus pecados.
En su Autobiografía (parte II, capítulo 18, nn. 290-291, y luego repite la misma idea en otro capítulo de la misma obra), san Antonio María comentaba lo importante que es, para las misiones, conocer y exponer bien el Catecismo. Al mismo tiempo, invitaba a exponerlo de modo gradual, para superar las dificultades, incluso la hostilidad, de oyentes más aferrados a los vicios.
El motivo de esta estrategia (misionar poco a poco) era sencillo: no se puede empezar con lo difícil, sobre todo cuando se puede provocar una reacción negativa en los oyentes. Estas son sus palabras:
“No obstante estos conocimientos, no abordaba desde luego aquellos vicios predominantes; antes al contrario, los aguardaba por más allá. Esperaba estar bien dueño del auditorio, y entonces, aunque les dijera sus vicios, sus idolillos, no se ofendían, antes bien se arrepentían. Porque había observado que al principio venían muchos movidos por la novedad y prevenidos para ver de qué hablaba, y, si oían reprender sus queridos vicios, era tocarles al vivo la matadura, e, irritados, se alborotaban, no volvían más, y estaba(n) echando pestes contra el misionero, la misión y los que iban a oírla”.
A continuación, usaba un ejemplo simpático para desarrollar esta idea:
“Así decía que estos calamitosos tiempos el Misionero se había de portar como el que cuece caracoles, que les pone a cocer en la olla con agua fresca, que con la frescura del agua se extiende fuera de la cáscara, y como el agua se va calentando imperceptiblemente hasta hervir, quedan así muertos y cocidos; pero si algún imprudente los echara en la olla hirviendo el agua, se meterían tan dentro de la cáscara, que nadie les podría sacar. Así, pues, me portaba con los pecadores de toda clase de vicios y errores, blasfemias e impiedades. En los primeros días presentaba la virtud y la verdad con los colores más vivos y halagüeños, sin decir una palabra contra los vicios y viciosos. De aquí es que, al ver que eran tratados con toda indulgencia y benignidad, venían una y más veces, y después se les hablaba con más claridad, y todos lo tomaban a bien y se convertían y se confesaban”.
Es un método sencillo y pedagógico: primero atraer con la belleza y dulzura del bien, luego motivar a lo difícil y costoso, cuando ya no resultaba motivo de enfado, pues el alma estaría preparada para abrirse a la conversión.
Hoy también hay personas que reaccionan negativamente cuando se les presenta la vida cristiana en sus exigencias, pero que se abren y disponen mejor si se sienten acogidos, si perciben que se les ofrece algo maravilloso y atrayente para sus corazones.
Desde luego, las “estrategias” de un misionero fracasan si olvidamos la gracia de Dios, la única que llega a tocar los corazones. Pero Dios ha querido que cada apóstol recurra a buenos métodos para acompañar a las personas para que puedan encontrarse, poco a poco, con el Cristo que desea perdonarles y que les enseña el maravilloso camino de la virtud cristiana.