Por Rebeca Reynaud
Leer es una actividad tranquila; leer nos aquieta, nos serena; durante ella se toma una postura contemplativa en la que sólo nos interesa lo que el autor dice. La corriente narrativa es como un río que nos lleva; y vivimos las vidas de los protagonistas del relato y nos emocionamos con lo que les sucede. A mí me conmueve hasta lo más profundo leer, en el libro del Génesis, el reencuentro de José con su padre. Procuro no leerlo con frecuencia porque me hace llorar.
“Leer es la más noble y ennoblecedora de las distracciones, ya que únicamente la lectura y la sabiduría proporcionan los buenos modales de la inteligencia”, dice Marcel Proust.
Las personas que tienen el hábito de la lectura desde su infancia, tienen la inteligencia y la imaginación despiertas y la mente educada para plantearse alternativas inéditas y recorrer sendas inexploradas, afirma Alejandro Llano.
Con los libros, el lector elige con quiénes quiere dialogar, elige sus interlocutores entre las cabezas más lúcidas y sensibles de la humanidad. En algo tan pequeño ¡qué placeres tan limpios y fuertes le están reservados! Al pasar atentamente, amorosamente, por las páginas de un buen libro, es el libro el que pasa por nosotros y deja su huella. Y el libro que cumple mejor estas condiciones es la Biblia, observa Alasdair MacIntyre.
Una educación que prescinde de los libros es una mala educación. La afición a la lectura desciende alarmantemente entre los jóvenes, por eso les cuesta mucho esfuerzo pensar, es preciso difundir el amor a los libros, porque los libros son el cauce ordinario de la vida del espíritu.
Donde está la libertad allí están los libros. Todas las formas de totalitarismo han tratado de suprimir la afición a los libros. Así sucedió en China con la imposición de “el” Libro Rojo, de Mao. Además, el mejor antídoto contra la violencia es la pasión por la lectura.
Ficción y realidad
El mito de la caverna de Platón, es una figura poética. A juicio de Alejandro Llano, la enseñanza fundamental de esa alegoría consiste en desvelar que el saber acerca de las Ideas no es productivo, es más bien poético. Las Ideas no son grandes modelos o super-representaciones: son comprensiones, o, en cierto sentido, intuiciones; y mejor aún, aquello que hace posible que haya comprensiones e intuiciones.
Toda ficción lograda, toda metáfora conseguida, tiene la virtud de ponernos de golpe ante la realidad, afirma Alejandro Llano, filósofo español.
El conocimiento sapiencial no puede prescindir por completo de la ficción, de la literatura, de la poética.
Dice Aristóteles al comienzo de su Metafísica, que el amante de la filosofía es también amante de los mitos, porque en el fondo de todo late lo maravilloso. La literatura no trata de individuos sino de personajes, de tipos de hombres y de mujeres, por eso enseña tanto sobre la psicología humana y la belleza: se ocupa de lo permanente y de lo que es esencial a la condición humana.
¿De quién hemos de esperar lo bueno y lo mejor? De nosotros mismos, decía Ortega. La historia no nos arrastra, la hacemos nosotros. No hay más libertades que las que uno se toma, con su consecuente responsabilidad.
Somos lo que leemos y contemplamos, se ha dicho; pero quizás sea más cierto que leemos y contemplamos lo que hemos vivido o esperamos vivir, afirma Llano.
La “verdad literaria” y la “verdad artística” apelan a las vivencias comprensivas del autor, del artista, de la propia audiencia, sobre todo cuando se trata de un público culto. Vladimir Soloiev dice que el arte es toda representación sensible de cualquier objeto o fenómeno bajo la perspectiva de su estado futuro. Él habla bajo la perspectiva cristiana.
El Quijote es la historia de una conversión, porque al final de la jornada, el Hidalgo se da cuenta de que lo importante de los libros no es la fantasía sino la verdad. Quienes más leen son las personas más ocupadas, que dentro de la multiplicidad de sus tareas, buscan momentos de sosiego, para vivir un silencio activo donde se escuche la voz callada de los textos.