HACIA EL CORAZÓN DE GUADALUPE / 3
Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
El encuentro de la Virgen de Guadalupe y san Juan Diego Cuauhtlatoatzin, también es encuentro con Jesucristo y con nosotros, hoy. Millones de personas, anualmente, peregrinan a este Santuario de Guadalupe, la Casita de la Madre y la Casita de los hijos, para tener un encuentro entrañable con Ella, quien es Casa de Dios y nuestro Hogar, como lo experimentó san Juan Diego Cuauhtlatoatzin.
Ahí se experimenta el beso y el abrazo de la Madre. Nos ofrece su ternura y está pronta a nuestro auxilio y socorro. Ese anhelo que existe en nuestro corazón se ve colmado en el encuentro de corazón a Corazón, encuentro indescriptible. No se describe; se siente. Pero la Virgen, no está sola. A través de Ella, se propicia el encuentro con el Dios Dador de la Vida. Ella es su Madre y continuamente lo ofrece en este encuentro.
Ella en su ternura de Madre, en su mirada compasiva y respetuosa, quien nos toma amorosamente en serio como a sus hijos pequeños ‑–no importa nuestra edad, ni nuestra condición—, nos revela a Dios Amor, su Hijo Amado, Jesucristo. Por eso el encuentro con Ella y san Juan Diego Cuauhtloatzin,
es también encuentro con Él.
ASÍ NOS LO DECLARA EN EL NICAN MOPOHUA:
“Sábelo, ten por cierto, hijo mío el más pequeño, que yo soy la Perfecta Siempre Virgen Santa María, Madre del Verdaderísimo Dios por quien se vive, el Creador de las personas, el Dueño de la cercanía y de la inmediación, el Dueño del Cielo, el Dueño de la Tierra. Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi Casita Sagrada en donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto: lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación…” (Traducción, P. Mario Rojas: 26-28).
Se tiene que ir más allá de lo conceptual a la vivencia y contemplación del misterio; sumergirse en Ella con san Juan Diego y en el misterio del Amor que implica, para encontrarnos con Él, con este Dios Dador de la Vida y del Amor. Quizá muchos de nuestros hermanos, tienen corazón de pobre, –esa es la condición necesaria–, lo experimentan, diría, en un éxtasis de gozo íntimo y profundo.
Así sabemos que la religiosidad de nuestro pueblo cimentada en la Virgen Santísima de Guadalupe se centra en su mensaje afectuoso y eterno, incluso, es para todas las culturas y naciones, por su carácter de encuentro de personas: Dios quien se revela en Santa María de Guadalupe, la Virgen misma y san Juan Diego y de sus hijos pequeños.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de diciembre de 2024 No. 1538