Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

El Patrimonio Cultural de la Iglesia posee una importancia suma, no solo para la Iglesia misma, sino para la historia de la cultura universal, nacional y local; desde sus inicios en el arte paleocristiano, hasta nuestros días, por su arquitectura sacra, sus esculturas, sus retablos, sus pinturas, objetos de devoción popular, composiciones musicales y poéticas y todo aquello que podríamos señalar como ‘el ajuar de la Iglesia’, la Novia engalanada de Jesucristo Esposo.

En este Patrimonio se conocen los contextos históricos y culturales que ha vivido la Iglesia en los procesos de inculturación del Evangelio de ayer, de hoy y de siempre.

Valiosos son los símbolos paleocristianos trazados por manos inexpertas, hasta las obras majestuosas, por citar algunos, del Greco, de Murillo o de los nuestros como de Miguel Cabrera o de ‘el Nican Mopohua pictórico’ de Jorge Sánchez Hernández.

Se ha da dado esa singular armonía entre el arte en todas sus expresiones con la fe cristiana y católica. Nos revelan el maravilloso misterio de la encarnación de Aquél que es la Palabra, el Verbo de Dios que se hizo hombre (cf Juan 1,1 y ss) y se acercó a nosotros; es admirable el testimonio de san Juan que en una de sus cartas nos habla del Verbo que ha contemplado, oído y tocado (cf 1Jn 1,1). Por supuesto que valoramos la trascendencia divina; pero también la inmanencia divina que reconocemos en virtud de la encarnación del Verbo que se hizo Hombre.

Nuestro Patrimonio cultural de la Iglesia nos ha servido para elevar el alma a Dios, para glorificarlo y darle culto. Así, diríamos, por la encarnación del Verbo, se adapta benevolentemente a nosotros tomando en cuenta nuestra condición sensitiva, intelectual, volitiva, cultural, histórica y contextual. Cristo Jesús, salva a la persona humana y eleva sus capacidades por la gracia. Surge, se constituye y se construye, diríamos, de modo espontáneo por el interés catequético, devocional, litúrgico y afectivo

Nuestro Patrimonio como expresión de la fe y de la belleza, toca inmediatamente a nuestra sensibilidad para recrearnos en las expresiones de nuestra fe bíblica, cristiana y católica.

Patrimonio que tiene el sello, -muchas de ellas, de ‘origen’ por su procedencia; tiene su ‘aura’ como sentencia Walter Benjamin, del Círculo de Frankfurt.

Dios crea de la nada, -ex nihilo; es el Creador en sentido pleno. De un modo análogo al creador de las obras artísticas que comportan nuestro Patrimonio, se le puede llamar ‘creador’, porque imita a Dios e imita sus obras, con su sello característico. El hijo que imita a su Padre Creador.

Estas obras son luz de la existencia humana, como sentencia Xavier Zubiri. Son luz de las cosas y luz que irradia la fe católica.

Con el tiempo, a través de los siglos se ha formado nuestro Patrimonio; los artistas y la Iglesia se han expresado en el arte paleocristiano, en el románico, en el gótico, en el barroco, en el neoclásico y en los estilos contemporáneos.

Todo fiel cristiano, debe conocer y gustar el gran Patrimonio Cultural de la Iglesia, para ser evangelizados, para contemplar y orar; no solo para elevar el gusto estético y favorecer el turismo, religioso o no.

Por eso tenemos la obligación estricta de conservar nuestros tesoros artísticos, de cualquier índole.

Nos manifiestan el paso de Jesús, por la vida de los vivificados por el ‘agua y el Espíritu Santo; a través de este Patrimonio cuántos corazones de cualquier tiempo y lugar han sido tocados por la gracia del Espíritu Santo.

La importancia de su preservación

Debe de ser custodiado y defendido nuestro Patrimonio Cultural de la Iglesia. Cuántos tesoros inapreciables se han perdido por descuido o por algún accidente que se pudo evitar, como parte del Archivo de la Catedral de México o el órgano tubular de la Parroquia y Santuario de la Virgen de la Luz en Salvatierra, Guanajuato.

Cuántas obras artísticas se han perdido porque se han hecho restauraciones mal realizadas por inexpertos. Quien restaura, debe de ser capaz por el aval de un título académico pertinente; se debe de contar con el juicio de la Comisión de Arte Sacro de la Diócesis, de expertos en la materia y de las autoridades civiles, porque se puede cometer un delito, aún si se procede de buena fe, pero con una gran ignorancia.

Es de desear que todo el Pueblo de Dios tenga formación cristiana, teológica y artística. Al menos que se leyera y meditara el Catecismo de la Iglesia Católica en su segunda parte sobre la Liturgia. Ahí encontramos referencias valiosas para el Arte Sacro y Arte Litúrgico; convendría leer todo lo relativo a la ‘Economía Sacramental’, desde el número 1076.

Es pertinente recordar al Papa San Juan Pablo II quien nos enseñó aquello de Dostoievski de la novela ‘el Príncipe Idiota’: ‘la belleza salvará al mundo’. Y este es el caso; más en nuestro tiempo de grandes sensibilidades erráticas.

Finalmente amemos y conozcamos nuestro Patrimonio Cultural de la Iglesia. Apoyemos su cuidado y su restauración, si es necesaria; pero también acrecentemos nuestro patrimonio eclesial con obras de buena factura. No escatimemos en gastos, por supuesto no en obras suntuarias, pero sí dignas y decorosas. El Santo Cura de Ars, san Juan María Vianey, vivía pobremente, pero su experiencia y cercanía a Dios, lo llevaba a adquirir lo mejor para Dios y para el culto.

Que también nuestra generación acreciente el Patrimonio Cultural de la Iglesia y se cumpla aquello del Magníficat: ‘me proclamarán bienaventurada todas las generaciones’.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de enero de 2025 No. 1542

 


 

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