Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Entre el dicho orteguiano ‘soy yo y mi circunstancia y el sartriano ‘el otro es el infierno para mí’, pueden generar ese pesimismo de nuestro mundo contemporáneo.

Gobernantes que mienten y vuelven a mentir; las guerras interminables que generan muerte, dolor y lágrimas por venganzas y afán desmedido de poder. Las drogas, camino de muerte y destrucción. Las batallas del ciberespacio que generan las grandes confusiones colectivas. Ese nuestro diario acontecer sumido en las ilusiones fallidas.

Parece que vivimos situaciones imposibles de cambiar; de encontrar una salida al ‘impasse’ que nos afecta gravemente.

Ante estas situaciones límite, se impone la humilde sensatez de abrir el corazón de par en par a las palabras y el ejemplo de Jesús Cristo: ‘…amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa…y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos. Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso’ ( Lc 6, 27-38). Así se imita al mismo Dios Padre y al mismo Jesús, cuya vida es enseñanza y cuya palabra es vida.

No es posible encerrarse en el castillo del ego, ni siquiera quedarse en la magnanimidad de los afines y amigos; es necesario superar no solo la venganza como instinto animal y espontánea, sino asumir el estilo divino del perdón y de vencer el mal con la sobreabundancia del amor divino que se nos ofrece como gracia singular. El cálculo y la medida, -solo en el cosmos material cuyo sello es la ‘proporción áurea’ o ‘la divina proporción’ del fraile y gran matemático Luca Pacioli (+1517), pero no en el océano del Amor divino, de Dios Amor y su Misericordia sin límites.

Por Eso, es inaceptable el consejo de el orador ateniense Lisias (c. 445-380 a.C.),-citado por Antonio Pagola: ‘Considero como norma establecida que uno tiene que procurar hacer daño a sus enemigos y ponerse al servicio de sus amigos’ (Lucas 3, p. 104).

La enseñanza reciente del Papa Francisco sobre la dignidad de todo ser humano que es infinita y trascendente, más allá de sus actos no éticos e incluso punibles.

A veces las heridas afectivas, son tan profundas, que parece imposible perdonar; más bien dan pie a ese resentimiento u odio recurrentes que hacen perder la paz.

Por supuesto que es necesario un proceso que implica tiempo, pero sobre todo, que implica un sumergirse en el Dios Amor, quien siempre nos perdona si nos convertimos a él. Hemos de perdonar porque Dios nos perdona, sin hacer a un lado la verdad y la justicia pertinentes, según el caso.

El amar sin esperar nada inmediatamente, es la verdad a seguir, para que sea el camino de la vida, como el de Jesús. Así el Padre y su Hijo, nos colmaran de su amor plenificante.

Nuestra esencia de personas sumergidas en el bautismo del Corazón de Cristo, se expresará en una existencia cristiana para con esperanza construir la Civilización del Amor. Ese es nuestro reto y nuestra verdad; es la andadura de la paz.

 
Imagen de congerdesign en Pixabay


 

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