Por Rebeca Reynaud

Nuestra verdadera cárcel somos nosotros mismos: los límites de nuestra percepción de lo real, nuestra estrechez de pensamientos y de corazón. La experiencia nos enseña que, a menudo, es la aceptación de situaciones que no elegimos la que viene a destruir nuestra cárcel y nos abre nuevos horizontes, nos hace percibir dimensiones más profundas, más ricas y más bellas de la realidad.

La libertad humana no es sólo una potencia de transformación sino una capacidad de aceptación. El acto de libertad humana más fecundo en un ser humano es el hágase de María, su sí de confianza y de amor.

Jacques Philippe dice que la pregunta fundamental es: ¿Cuáles son los valores que orientan y conducen mi libertad? Si la libertad no es orientada hacia un bien real, entonces deja de existir. Sólo la verdad nos permite ser libres. Sin verdad, sin puntos de referencia, sin criterios de elección, sin “ley”, la libertad se vuelve loca. No hay libertad sin obediencia a una verdad más grande que sí mismo (cfr. Jacques Philippe, Si conocieras el don de Dios, San Pablo, pp. 70-72).

La conquista de la libertad no es la liberación de toda dependencia y de todo lazo, sino un discernimiento de los lazos que nos encarcelan y los que nos construyen. Consiste en evitar las dependencias que nos enajenan y acoger las que nos ayudan a ser nosotros mismos. Las relaciones de amor verdadero nos revelan a nosotros mismos, particularmente la relación con Dios.

Hay que ser originales, pero también acoger lo que nos precedió, es decir, nuestras tradiciones.

San Agustín dice: si quieres conocer a una persona ¾o si te quieres conocer a ti mismo¾, no te fijes en lo que hace y dice; fíjate en lo que ama y en lo que desea. El arte de vivir consiste en descubrir nuestro auténtico rostro –nuestro rostro está en quienes somos y en nuestra misión-, y de dirigir allí nuestros pasos.

Quisiéramos aprovechar al máximo la vida para gozar, caiga quien caiga. Eso, ¿no será más bien perder el tiempo en vez de aprovecharlo? San Alfonso María de Ligorio decía: Si a uno le fueran a dar el dinero que puede contar en diez horas, no dejaría de contar. Si a otro le fueran a regalar lo que pueda caminar en un día, no dejaría de caminar en esas horas. Nosotros también tenemos un tiempo limitado para ganar el Cielo.

Hay un sentido equivocado de lo que la libertad es y también en la búsqueda de la felicidad. La felicidad es una consecuencia, no una búsqueda. La felicidad se encuentra en la entrega a los demás, no buscándola en sí misma. Lo que da felicidad y seguridad es tener un sentido de la vida.

Cuando una persona no está volando alto, va camino de perderse. Debe aprender a apreciarse a sí misma. Cada hombre está llamado a seguir la verdad que su conciencia le dicta. Si actúo en contra de mi conciencia, hay frustración. ¿Cómo fomentar que cada uno actúe según su lógica interna? buscando la verdad sobre sí mismo. Hay que buscar la plenitud a través de pensar sobre la propia vida, y para eso ayuda dialogar, preguntar. La libertad se realiza en la verdad: la verdad sobre Dios es que es Padre, la verdad sobre mi mismo es que soy hijo de Dios.

El deseo de ser libres puede desembocar en el deseo de hacernos dioses, ídolos, entonces se concibe a Dios como puro egoísmo, esa es la imagen del demonio, es el anti-dios, ya que el verdadero Dios es ser para los demás. Cada vez que existe una tentativa de librarse de ese patrón vamos en camino de la destrucción del propio ser. Estamos llamados a la plenitud de la libertad, y esto se logra por el servicio.

En el libro del Quijote de la Mancha  se lee: «La libertad, querido Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los Cielos. Con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre; por la libertad se puede y debe aventurar la vida«. Y es verdad, pero esa libertad debe usarse con responsabilidad.

San Agustín dice que “con el Espíritu Santo el placer consiste en no pecar, y esto es la libertad; y sin el Espíritu, el placer consiste en pecar, y ésta es la esclavitud” (El Espíritu y la letra 16,28). Es decir, la libertad nos perfecciona o nos hace esclavos.

 


 

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