Por P. Fernando Pascual
Era el último día de clases. El profesor quería despedirse de aquellos alumnos con los que había compartido tantas horas de clases.
“Hoy terminamos este curso. Tendría muchas cosas que compartir. Quisiera, simplemente, fijarme en una idea, en la que se mezcla algo de pena y mucho de gratitud.
Hay algo de pena, porque he visto cómo algunos de vosotros no atendíais a las explicaciones, cómo os perdíais en vuestra computadora o en vuestro celular, cómo mostrabais desinterés y apatía.
Un profesor no es de piedra, y sufre cuando ve que hay alumnos que no siguen la clase, que divagan mentalmente en otros mundos.
Desde luego, a esos alumnos les pido perdón, porque tal vez no he sabido explicar con la pasión y la pedagogía con la que podría haberles involucrado en una materia tan interesante como la que intenté presentaros.
Pero también hay mucho de gratitud, por aquellos otros alumnos que mostrasteis interés, que fuisteis comprensivos, que participasteis con pasión y deseo de aprender en las clases.
No os podéis imaginar cómo ayuda a cada profesor el ver ojos brillantes y atentos durante la clase, incluso cuando el argumento no es fácil o cuando la pedagogía no ha sido la mejor.
El interés de quienes escuchan al profesor son como un bálsamo, un consuelo, y sirve para animarle a mejorar, a comunicar con entusiasmo esa materia que ha estudiado durante años y que ahora desea compartir.
El curso termina. Hubiera querido tener a todos en sintonía, pero comprendo que cada uno de vosotros tiene su historia, y que yo poseo límites que pueden oscurecer la belleza de un argumento.
Al terminar el semestre, deseo invitaros a abrir las mentes y los corazones a lo que otros profesores os quieran comunicar, y a tener hacia ellos una actitud positiva que los apoye.
El profesor no es de piedra: sufre ante el alumno díscolo, o distraído, o contestatario, o indiferente.
Al contrario, goza ante el alumno educado, deseoso de aprender, dispuesto a tomar notas y a participar activamente en las clases.
Hemos llegado a esta última clase. Quisiera teneros a todos en mi corazón: a los que no supe involucrar en las clases, y a los que me dieron el consuelo de su escucha y cercanía.
Y os pido, a todos, perdón si no supe estar a la altura de vuestras expectativas, si falté al respeto a alguno con mis preguntas o amonestaciones, o si pude haber ido más a fondo y no lo hice.
Que Dios, que es fuente de la sabiduría y, sobre todo, del amor, os acompañe siempre. Y, para quienes lo deseen, sigo a vuestra disposición en lo que pueda seros de ayuda.
Hasta pronto, y que os vaya muy bien en vuestros estudios y en toda vuestra vida”.
Imagen de Juan Ospina en Pixabay