Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

‘Teniendo misericordia y eligiendo’,Miserando atque eligendo, es el lema del Papa Francisco, tomado del comentario de san Beda el Venerable sobre la conversión de Leví, quien será el Apóstol y Evangelista, san Mateo.

Esta expresión es el ‘leit motiv’ del pontificado del Papa actual; nos permite conocer el espíritu que anima todo su ministerio petrino.

Simón a quien el Señor Jesús le cambiará el nombre por ‘Kefás’ es decir ‘Roca’, para señalar cómo Jesús siendo la ‘Roca’, concede esa capacidad de dureza y fortaleza a Pedro, para edificar su Iglesia a través del tiempo y del espacio, hasta la consumación de la historia y que las fuerzas del infierno no prevalezcan sobre ella, le concede esa potestad universal sobre la misma Iglesia, para ser siempre el garante de la comunión ‘en un solo Señor, en un solo bautismo y en un solo Dios y Padre’; así entender la Iglesia según la afirmación de Walter Kasper: ‘Toda la Iglesia es el sujeto auténtico y primario de la misión salvífica y eclesial y el individuo,-ya sea Papa, Obispo o sacerdote o laico-, solo puede actuar en comunión con el todo y como órgano del conjunto’; por tanto, ni todos son ‘papas, ni obispos, ni profetas, ni laicos’: cada cual tiene su misión y carisma dentro del conjunto eclesial, para edificación de la misma Iglesia.

¡Qué importante es escuchar la Palabra de Dios y reconocer siempre nuestra condición de pecadores para que Cristo Jesús nos conceda la misericordia insondable y nos invite a participar en el proyecto del Padre, proyecto de amor misericordioso, de misión y de comunión en el cual nosotros somos los primeros beneficiados’ (cf Lc 5, 1-11)!

Palabra de Dios que comunicamos, con gran humildad, en servicio a la misma Palabra, acogida por un corazón profundamente sincero y proclamada en el mismo Espíritu Santo, Espíritu de Jesús, nuestro Señor.

Simón Pedro, reconoce su pecado y se convierte en discípulo y es elegido Apóstol, para ser ‘pescador de hombres’.

Jesús sabe que somos pecadores y nos ofrece su perdón a nuestro corazón sincero. Reconocidos pecadores, nos asocia a su misión de amor misericordioso.

La Iglesia es santa porque el Espíritu Santo actúa en ella y permanece en ella; en bautizados laicos y eclesiásticos, en sus miembros, es pecadora, porque en ocasiones nos resistimos a ese Espíritu y nos ponemos al margen del Evangelio, por nuestros proyectos brillantes y no por el proyecto de Dios.

No temamos reconocernos pecadores; litúrgicamente lo hacemos al iniciar la santa misa o en la oración de completas, antes de dormir.

Todos creyentes y ateos reconocemos la experiencia universal del pecado. Llamados a hacer el bien y lamentablemente hacemos el mal que no queremos.

Con Santo Tomás de Aquino reconocemos:

‘Dios es ofendido por nosotros solo porque obramos contra nuestro propio bien’.

Dios nos ofrece su perdón para ser plenamente humanos y divinos, dentro de su proyecto de amor y solo amor; amar a modo divino en nuestra dimensión humana.

Sentirnos acogidos por el amor misericordioso de Dios en Jesús, convertirnos a su amor, nos permite el crecimiento maduro y sobrenatural.

No se puede vivir atormentados por las culpas, que nos imposibilitan para el bien y nulifican en nosotros una autoestima normal y humilde.

Aún siendo pecadores, Dios nos ama entrañablemente. Un abismo llama a otro abismo; el abismo del amor infinito de Dios, llena nuestro abismo de nuestra nada.

 
Imagen de bess.hamiti@gmail.com en Pixabay


 

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