Por P. Fernando Pascual
Las fiestas en el Calendario litúrgico de la Iglesia católica tienen una dimensión muy rica que vale la pena recordar: la dimensión de ayudar a los fieles a conocer y vivir los misterios cristianos.
Este hecho se encuentra explicado de modo breve y claro en una encíclica del papa Pío XI que es conocida por instituir la Solemnidad de Cristo Rey. La encíclica, titulada Quas primas, fue firmada el 11 de diciembre de 1925, casi al terminar el Año santo ordinario.
Pío XI, en el n. 20 de esa encíclica, parte de la siguiente reflexión: “para instruir al pueblo en las cosas de la fe y atraerle por medio de ellas a los íntimos goces del espíritu, mucha más eficacia tienen las fiestas anuales de los sagrados misterios que cualesquier documento, por más grave que sea, del magisterio eclesiástico”.
La afirmación puede parecer sorprendente: ¿no es más importante una enseñanza del magisterio? Objetivamente es más importante. Pero para la mayoría de los bautizados, la fe se aprende y se vive gracias a las fiestas litúrgicas.
Así lo explicaba el papa en las líneas que siguen al texto antes reproducido:
“Estas [enseñanzas del magisterio] solo son conocidas, las más veces, por unos pocos fieles, más instruidos que los demás; aquéllas [las fiestas anuales] impresionan e instruyen a todos los fieles; éstas, digámoslo así, hablan una sola vez, aquéllas cada año y perpetuamente; éstas tocan saludablemente a la mente, aquellas no solo a la mente, sino a los corazones, al hombre entero”.
Se nota así un rico valor catequético de las fiestas, que llegan a todos, de modo repetitivo (cada año se repiten las mismas festividades), con una rica integración entre lo que se refiere al pensamiento y lo que llega al corazón.
El texto de la encíclica continuaba de esta manera:
“Además, como el hombre consta de alma y cuerpo, de tal manera le habrán de conmover necesariamente las solemnidades externas de los días festivos, que por la variedad y hermosura de los actos litúrgicos aprenderá mejor las divinas doctrinas y, convirtiéndolas en su propio jugo y sangre, aprovechará mucho más en la vida espiritual”.
La encíclica Quas primas, que tanta importancia ha tenido en la historia reciente de la Iglesia al instituir la solemnidad de Cristo Rey, nos ofrece, por lo tanto, una bella reflexión sobre la fuerza catequética de las festividades litúrgicas.
Vale la pena recordar esa reflexión, para invitarnos a vivir las fiestas litúrgicas, empezando por la que celebramos cada semana en el Domingo, de modo que sirva como ayuda para conocer nuestra fe, a adherirnos a Dios, y a encender los corazones con el fuego que Cristo vino a traer a quienes lo acojan desde la apertura a la gracia divina.