Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

Cuántos ancianos. Nunca había habido tantas canas, arrugas y bastones. La ciencia ha consumado progresos prodigiosos contra la enfermedad y mortalidad de niños y jóvenes, con lo que hoy llega a la ancianidad mayor número de individuos que antes. La esperanza de vida ha ascendido hasta más de 72 años en los países ricos y más de 62 en los pobres.

Por otra parte, a pesar del proceso natural de envejecimiento, el estado de los ancianos ha mejorado notablemente, pueden disfrutar del uso de sus facultades, moverse solos, gozar de no pocas alegrías de la vida y aun llevar la vejez con elegancia. Qué jóvenes andan tantos viejos.

Los ancianos tienen derecho a que la familia y la sociedad promuevan su bienestar, sufran menos, estén mejor atendidos, no se sientan solos ni inútiles y se miren rodeados de veneración y de afecto.

Trabajen en algo los ancianos que puedan trabajar para que no se sientan condenados a ser un peso para los demás. Cuando un árbol no produce ni un solo fruto, es menos árbol. Igual el anciano; si trabaja, se siente útil, provechoso y rejuvenecido. Rico en sabiduría y experiencias puede aún rendir en diversos campos a condición de que no se le explote como medio de producción o se le discrimine como un ser inútil. Hay diversos tipos de trabajo y colaboración en la familia y en la sociedad, que el anciano puede realizar con generosidad y habilidad, según trasmite su energía espiritual y su testimonio.

El anciano, que tiene derecho a un trabajo tonificante -todo trabajo es salud-, tiene también derecho a un descanso sereno y feliz, es la hora del otoño en que se recogen los frutos con un alma serena. Tiene, además, derecho a contar con algún tipo de educación que lo eleve, distraiga y mejore espiritualmente. Varias naciones han establecido la Universidad de la Tercera Edad donde los ancianos aprenden, conviven y permanecen mentalmente activos.

El anciano tiene derecho a vivir con su familia y convertirse en el punto de comunicación y diálogo entre las generaciones. Pero si hubiere razones serias por las que la familia no pudiera atender dignamente al anciano y si el propio anciano lo acepta, ahí están las instituciones adecuadas donde los ancianos pueden disfrutar de atención y de paz; lo que no suprime el deber de los familiares de visitar regularmente a sus ancianos como signo de amor y cariño.

Cuántos ancianos. Merecen la estima y el respeto debido a la dignidad de la persona humana. Llevan consigo el don precioso de la vida y del sufrimiento.

* Artículo publicado en El Sol de San Luis, 26 de agosto de 1995.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de marzo de 2025 No. 1549

 


 

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