Misterios de la Biblia

Cuando se habla de los ministros ordenados, es decir, de aquellos que han recibido el sacramento del Orden —popularmente llamado Orden Sacerdotal—, el pueblo cristiano les dice sacerdotes y obispos.

En realidad, el sacramento del Orden tiene tres grados, que son, de menor a mayor: diaconado, presbiterado y episcopado. Entonces, a los que el común de la gente llama “sacerdotes” —que ciertamente lo son, pero también lo son los obispos (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1554)— en realidad tienen el nombre oficial y bíblico de presbíteros.

En las Sagrada Escritura se lee que Pablo y Bernabé “designaron presbíteros en cada Iglesia y después de hacer oración con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído” (Hechos 14, 23); los Apóstoles, junto con los presbíteros, tomaban las decisiones en la Iglesia (Hechos 15, 1-23).

Llama la atención que la palabra presbítero, de origen griego, significa no simplemente “anciano” sino “el más anciano”; pero desde los tiempos primitivos de la Iglesia no todos los presbíteros han sido hombres de edad avanzada; en los requisitos para designar presbíteros la edad ni siquiera se menciona (Tito 1, 5-6). En el caso de Timoteo, era un presbítero en cuanto que recibió el sacramento del Orden de manos de otros presbíteros — “No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros” (I Timoteo 4, 14)—, pero era un joven en cuanto a edad —“Que nadie menosprecie tu juventud” (I Timoteo 4, 12)—. ¿Por qué entonces habrá sido elegido el nombre de “presbítero”?

Desde el comienzo de la historia de Israel, los ancianos fueron líderes de familias y tribus. Dios ordenó a Moisés que informara a “los ancianos de Israel” acerca del propósito del Señor de liberar a los hebreos de la esclavitud de Egipto, y que se presentara con los ancianos a confrontar al faraón (Éxodo 3, 16-18). Y cuando se formó la nación de Israel, los ancianos naturalmente asumieron funciones importantes en el gobierno (Números 11, 16-17; Deuteronomio 19, 11-12; 21, 1-8; II Samuel 5, 3; etcétera). Aunque fueron menos importantes después del exilio, el “concilio de los ancianos” formaba parte del Sanedrín en Jerusalén.

La importancia de los ancianos está en función de su sabiduría y, por tanto, de su capacidad de aconsejar (Eclesiástico 6, 34; 8, 9; 25, 4-5).

Sin embargo, en tiempos de Jesús se hace referencia a esos ancianos en asociación con los principales sacerdotes y escribas (Mateo 21, 23; Marcos14, 43), es decir, la edad avanzada no es necesariamente garantía de santidad.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 6 de noviembre de 2022 No. 1426

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