Por P. Fernando Pascual

Hablamos un poco de todo: sobre el discurso del presidente, la subida de los alquileres, el viento del norte, la última tragedia en la montaña.

Un tema sencillo puede convertirse en una conversación provechosa si nos presenta horizontes de bien, si nos inspira el deseo de amar, si abre nuestros ojos a una mejor comprensión del mundo y de la vida.

Es cierto que muchas conversaciones quedan encerradas en sentimientos o valoraciones superficiales: estamos descontentos con el árbitro, o no nos gusta lo que propone aquel político.

Pero otras conversaciones van más a fondo, desentrañan aspectos relevantes de la vida, indagan sobre causas y efectos, invitan a emprender nuevas lecturas e investigaciones sobre temas importantes.

Basta con tomar conciencia del mucho tiempo que dedicamos a conversaciones para reconocer que, bien aprovechado, ese tiempo puede enriquecernos mutuamente.

A veces me tocará aprender del otro, porque me abre un horizonte hasta ahora desconocido. Otras veces seré yo quien revele a quien me escucha la existencia de un buen libro sobre el tema que hemos afrontado.

Luego, cada uno seguirá con sus pensamientos y emociones (no somos mentes puras). Daremos vueltas a lo que hemos compartido, reconoceremos que hablamos de más y nos equivocamos, o agradeceremos haber descubierto algo nuevo e importante sobre el mundo en el que vivimos.

Ahora tengo un rato, en el coche, o en la mesa, o simplemente mientras caminamos por una colina, para hablar con quien está a mi lado y lograr una buena conversación.

Pido a Dios que abra mi corazón para aprender lo bueno que me diga mi compañero, y para compartir las riquezas que han ido madurando en mi alma, de modo que logremos un mutuo enriquecimiento y, en definitiva, un mejor conocimiento de lo que realmente importa.

 
Imagen de Lars Nissen en Pixabay


 

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