Por Jaime Septién

El número de marzo de la revista Letras Libres que dirige Enrique Krauze llevó ese título de portada. Hacía referencia al famoso libro de Boecio, La consolación de la filosofía, escrito en el año 523, mientras esperaba en la cárcel una posible sentencia de muerte.

Boecio, en el capítulo tercero de este texto, considerado uno de los más importantes de la historia de la civilización occidental, asegura que la filosofía enseña “que todos los hombres quieren naturalmente la bienaventuranza, pero su fuente no puede estar en los bienes particulares, sino en el bien universal y supremo, que es Dios.”

En otras palabras: que los hombres queremos la felicidad, empero nos afanamos buscándola donde no la vamos a encontrar: en los “bienes particulares”; en lo que es mío, en lo que poseo, en lo que puedo comprar, vender, tener o atesorar. Sin embargo, olvidamos (culposamente) que la felicidad tiene “su fuente” en “el bien universal y supremo”. En Dios.

Obviamente, Letras Libres se plantea algo diferente; sin embargo, toca la esencia del filosofar y consolar de Boecio. Leída con detenimiento, la revista apuesta por subrayar que una felicidad situada en el tener (dinero, likes, éxito entre los compañeros de escuela, ser influencer con millones de seguidores, estar a la moda o tener el último smartphone), es decir, una felicidad sin experiencia vital, de puras apariencias, está condenada al hastío. Y hoy millones de jóvenes y adultos están hastiados, hartos de tanta pantalla, de tanto goce efímero, de ausencia de principios y de fines (cambiados por placeres); del eclipse de la virtud.

“Pensar es agradecer”, decía el filósofo Martin Heidegger. ¿Y a quién se le puede agradecer el pensamiento, signo máximo de la consolación, sino a Dios?

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 6 de abril de 2025 No. 1552

 


 

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