PorP. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Dios ama al que es sincero de corazón, nos dice la Palabra de Dios en el Salmo 51,8. Tomás es sincero de corazón a tal grado que da la impresión de escéptico, porque no acepta el testimonio de los demás discípulos, quienes le afirman que ‘han visto al Señor’; pero más bien es el camino de honestidad profunda que ha orientado su vida y es parte de su identidad.
Jesús no soporta la doblez de corazón que impide un encuentro gozoso con él que es la misma verdad, y en todas sus palabras y acciones brota esplendorosa su excelente sinceridad de Corazón. Es el gran atractivo de Jesús; habla con la autoridad de los gestos transparentes.
Tomás exige ver los signos evidentes de su pasión: sus manos horadadas y su costado traspasado; no le bastan las palabras inauditas de los hermanos.
El Señor Resucitado, responde a su reto: ‘aquí están mis manos…’, ‘aquí está mi costado…’ (cf Jn 20, 19-31).
La paz y la alegría de Jesús Resucitado, invaden el corazón de Tomás, hasta su plena confesión de fe, ‘Señor mío y Dios mío’; Tomás es dichoso por creer ante ese encuentro maravilloso.
No es suficiente pensar la fe; es necesario el encuentro hondamente sincero con Jesús Resucitado. Encuentro que nos sumerja en sus manos que nos abrazan y en su costado traspasado que es la puerta de su Corazón; ‘en sus llagas, somos curados’ (Is 53, c 5; 1Ped 2, 24).
El Papa Francisco, de ya felicísima memoria, nos dice en ‘Dilexit nos’ que ‘el corazón es el lugar de la sinceridad, donde no se puede engañar ni disimular’; ahí se encuentra la verdad desnuda (nº 5). Y más adelante ‘…que el Espíritu nos guíe como red de hermanos, ya que pacificar también es tarea del corazón. El Corazón de Cristo es éxtasis, es salida, es donación es encuentro. En él nos volvemos capaces de relacionarnos de un modo sano y feliz, y de construir en este mundo el Reino de amor y de justicia. Nuestro corazón unido al de Cristo es capaz de este milagro social’ (ídem nº 20).
El Papa san Juan Pablo II, quiso que en este domingo II de Pascua, se celebrara la fiesta de ‘la Divina Misericordia’; su misericordia que pone los limites al mal. Porque es actualización luminosa de su costado que nos inunda con su luz; misericordia que nos viste de la luz recibida en nuestro bautismo; misericordia que es comulgada en la donación de su cuerpo eucarístico.
Jesús Resucitado, el Viviente, llevó sus llagas a la eternidad. ‘Es un Dios herido’, nos dice el Papa Benedicto XVI, ‘se ha dejado herir por amor a nosotros’. ‘Podemos tocar sus heridas en la historia de nuestro tiempo’ (15 de abril 2007).
Como Iglesia, como discípulos y testigos del Resucitado, busquemos el encuentro con su Corazón traspasado, que es encuentro con Cristo resucitado y glorioso; recibamos su paz y el soplo del Espíritu Santo del perdón y la misericordia; vivamos el gozo perenne de saber que vive, que es el Viviente que nos acompaña. Asumamos el tipo de Iglesia que ha procedido de su Corazón y en nuestro tiempo la ha hecho sensible y visible nuestro bien amado Papa Francisco; más que una eclesiología teórica, la eclesiología del corazón, de la Iglesia que procede el Corazón de Cristo. Y recordemos siempre que ‘el Corazón habla al corazón, -cor ad cor loquitur (Newman). Vivamos el ser Iglesia, desde este Corazón luminoso y traspasado de Jesús Resucitado. Llevemos su Paz y su alegría, a nuestro mundo conflictivo y triste.
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