Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

La tragedia de Jesús de Nazaret ha sido su fidelidad e identificación con la Verdad, lealtad a su propia identidad y el amor pleno al Padre y el amor hasta la muerte en Cruz por todas las personas humanas, -por todos-, por los pobres y humildes, por los pecadores y sinceros de corazón, por los niños y por los que tienen corazón de niño.

Él que era el Profeta de las Bienaventuranzas, porque tenía corazón de pobre, manso y humilde, cuya voz penetraba las entrañas para seguirlo o para odiarlo.

No lo soportaban los defensores de la religión oficial de su tiempo, ni los poderosos. Era el blasfemo contra el Cielo y el rebelde contra las tradiciones más rigurosas, pero superficiales.

Predicaba en las montañas y valles, en el Templo y en las plazas; además realizaba prodigios admirables que brotaban de sus labios y de sus gestos.

Después de entrar como Rey, montado en un asnillo (Zac 9,9), aclamado por los pobres y los niños con los ‘Hossanas’, es decir, ¡sálvanos! o ¡danos la salvación’ (cf Lc 19, 28-40), subirá al trono de la Cruz ( cf Lc 22,14-23,56) precedido de acusaciones falsas, de gritos de la chusma manipulada  y de un  juicio  absolutorio en las palabras y perverso e improcedente en los hechos.

Más de veinte siglos, la historia sigue girando en torno a la memoria de este Hombre.

Cada año se escriben libros sobre él y sobre su obra; se ha producido la mitad del arte mundial inspirado en él. Su doctrina ha inflamado a muchos santos y a gran parte de la humanidad a través de los siglos; el odio lo han padecido los miles de millares de mártires que han ofrendado su vida por seguirlo o proclamarlo como su ‘Señor y Dios’.

Este Hombre es el Camino, la Verdad y la Vida…Quien lo sigue tendrá la luz de la vida.

Nos acercamos a él, porque sigue siendo, no solo el Salvador, sino la autoridad de la Verdad.

Él nos da en verdad la clave de la vida. Él nos ofrece el cambio interior de la existencia. Para la solución de los problemas de la vida; no propone la violencia, ni la corrupción, ni los sobornos, ni la mentira, ni la narrativa de la falsa semántica política.

Por su Cruz y su Corazón traspasado nos abre al misterio de Dios Amor y al misterio de todo ser humano.

Por él y en él se destruye el mal, la crueldad, el fanatismo.

Él se identifica no solo como el Hijo de Dios y el Mesías de Dios, sino quien se identifica con todos los que sufren, con todos los que lloran, con todos los perseguidos.

En su Cruz están presentes todas las cruces de la humanidad.

Jesús no es el Dios abstracto de los filósofos, sino el que ha asumido la condición humana del pobre, del perseguido, del miserable, del que sufre.

Por eso, creer en él es darle nuestro corazón, -el núcleo de nuestra identidad personal, en una adhesión plena a su persona, a su vida y a su obra.

Solo el amor fiel de Jesús que nos involucra, salta las barreras del tiempo, hasta la eternidad.

Por eso, como escribe Daniel Rops, en ‘Jesús en su Tiempo’, ‘Para un cristiano, el mensaje de Jesús no fue una innovación, una doctrina filosófica nacida en el cerebro de un hombre genial; fue mucho más, fue la Revelación por Dios, la expresión definitiva no de ‘una’ verdad, sino de ‘la Verdad’ eterna, la que los hombres desearon, sospecharon, a la que se acercaron a veces, pero que nunca fue formulada por entero. Y aún más que su mensaje, quien escapa a las categorías del tiempo y del espacio es el mismo Jesús. El drama de la Redención no fue solamente un hecho histórico que se produjo en una época y en un lugar exactamente conocidos; es un elemento permanente del drama eterno del hombre, que se desarrolla sin cesar en lo más secreto de nuestro corazón. ‘Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo’, -escribió Pascal-; cada pecado cometido en cualquier momento de los siglos hunde los clavos en las manos del Crucificado.’

Vivir el drama de los hermanos que sufren el calvario de su vida, es celebrar en verdad la pasión del Señor.

Jesús vivió amando, así murió igualmente, en la tragedia del amor fiel, hasta la muerte y muerte de Cruz.

 
Imagen de Oskar Młodziński en Pixabay


 

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