Por Jaime Septién

Cada mañana, los que tenemos la necesidad de leer periódicos, nos sumimos más en la desesperanza. “A México se lo está cargando el payaso”, escuché decir a un amigo. En la cola de las tortillas, en el súper, en la tertulia con intelectuales, en las conversaciones de banqueta con amigos que encuentro en la calle, todos tienen la misma impresión, dicha con diferentes frases.

Estamos despiadadamente inquietos por el presente y el futuro inmediato de nuestros hijos, de nuestros nietos (los que tenemos el regalo de su sonrisa). Y las noticias nos hunden todavía más: Ayotzinapa, La Bartolina, Teuchitlán, Tlatlaya, Lagos de Moreno, los Le Barón, Los Cantaritos, ahora la masacre de los adolescentes de la diócesis de Irapuato… ¿Mañana qué será?

Hay un peligro enorme en toda esta avalancha de sangre derramada: acostumbrarnos a ella, como se han de haber acostumbrado los generales tras las partes de la guerra de Vietnam, por poner un ejemplo. Ayer 105, hoy 100 bajas, “vamos mejorando”. Los informes mentirosos de los aduladores intentan relajarnos. “Ah, qué bien, ya solamente son 70 crímenes dolosos diarios…”. Claro: los “desaparecidos” no cuentan como asesinados. Algún día los encontraremos., si nos es que fueron cremados en un horno clandestino, o disueltos con ácido en una olla de pozole.

No somos un pueblo de ciudadanos. Somos un conjunto de súbditos. Alguien dijo una vez que el cambio al que tanto se refieren los gobiernos no era el cambio de dueño, sino el dejar de ser perros… Seguimos siendo “perros mudos”. Y ahora mismo estamos acostumbrados a las mentiras históricas de “las autoridades”. ¡Ya basta! ¿Queremos mejores gobiernos? Seamos mejores ciudadanos. Exijamos exigiéndonos. No hay de otra.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 30 de marzo de 2025 No. 1551

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