Por Rebeca Reynaud

No existen unas características comunes a todos los acosadores, pero se pueden mencionar algunas.

La personalidad del acosador en muchos casos, es dominante y posesivo. Es dominante pues quiere que la víctima haga lo que él quiere, decide y manda, y a la víctima no le da oportunidad de poner condición alguna. Son pocos tolerantes con los distintos puntos de vita sobre el modo de trabajar o de actuar, quiere que las cosas se hagan a “su manera”, es decir, no se puede discrepar con él: es intransigente.

El acosador es sutil con su víctima, sabe usar la palabra adecuada y, cuando ve que la víctima le escucha, dice palabras más fuertes, viles y léperas. De este modo impacta a la mujer y la empieza a envolver en sus redes. Si tiene estrés en su trabajo, luego ejerce presión en las mujeres para desactivar su estrés, y puede llegar a obsesionar a su víctima con sus palabras y amenazas. Utilizan la sensación de poder como “ansiolítico”.

El acosador es obsesivo sexual, anda buscando mujeres solteras, viudas o comprometidas porque tiene obsesión por conquistarlas. Cada conquista es un trofeo, sobre todo si esa mujer es difícil y logra vencer sus principios morales. El acosador no sabe amar, no se siente satisfecho más que un momento, para luego volver a sus andanzas. Hay acosadores de dos caras, hipócritas, que se dicen “creyentes”, pero en el fondo sólo se aman a sí mismos y, en su corazón tienen un altar enorme a su yo.

El acosador quiere tener el control sobre todo lo que pueda: mujeres, dinero, contrato, minucias. Es necio, tozudo y de un rígido autoritarismo. Saben abrirse camino en las empresas pues son hábiles y seductores. Son personas frías, narcisistas -enamoradas de sí mismas-  y calculadoras. Saben utilizar para su provecho el vínculo de la subordinación para esclavizar a los otros. El acoso verbal incluye insultos, amenazas, comentarios sexuales inapropiados o provocaciones; otras veces añaden etiquetas ofensivas.

Existe en él un trastorno paranoide en su personalidad. Es decir, es una persona que manifiesta desconfianza y sospecha generalizada y persistente hacia los demás, interpretando sus motivos como maliciosos o amenazantes pues creen que los demás quieren explotarlos o engañarlos. En otras palabras, como dice el refrán, “todo león piensa que los demás son de su condición”.

Por algo Dios nos regaló un Ángel de la Guarda o Ángel custodio, para que nos encomendemos a él cada mañana y cuando viene una tentación.

¿Y sus víctimas?

La psicóloga Marina Pereda dice: Cualquiera puede ser víctima de acoso psicológico. Hay personas más vulnerables porque son jóvenes e ingenuas, no conciben que una persona pueda ser tan malvada, entonces no le hacen frente desde el principio. La persona pacífica tarda en ver la trampa que se avecina.

Hay mujeres que se disfrazan de hombres para evitar el acoso. Otras le dicen al agresor: “¡Cállate la boca ya!”, y se retiran de él de inmediato. Otras mujeres han aprendido técnicas de defensa personal si el agresor las toca o las acaricia.

Personas brillantes, eficaces, trabajadoras, con elevada capacidad empática, comprensión del sufrimiento ajeno e interés por el bienestar de los demás, pueden ser sus víctimas. El atacante tiene instintos pervertidos. No estaría de más aprender técnicas de defensa persona. Están en YouTube (https://youtu.be/BXoV1YMwvcM).

Cuando una mujer se da cuenta de que el acoso empieza por una llamada telefónica, debe colgar de inmediato y no dar explicaciones: “Tú eres casado”, porque eso ya lo sabe el acosador. Ante la tentación, hay que cortar de inmediato. Único consejo: No dialogar con la tentación.

 
Imagen de Oliver Kepka en Pixabay


 

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