Juan Luis Lorda enseña que, lo primero en cualquier progreso es saber adónde vamos, es decir, lo primero para emprender el camino es tener claro el fin. El último fin de la vida espiritual es amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas, y esto es, a su vez el Cielo. Avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo es lo primero, y luego, vivirlo en plenitud.

Por Rebeca Reynaud

Y todo el crecimiento en la vida espiritual va a esto, ¿por qué? Porque la vida espiritual consiste en un identificarse con los amores de Cristo. Para Cristo lo primero es el amor al Padre, que le lleva a cumplir la Voluntad del Padre. Dice: Mi alimento es cumplir la voluntad del que me ha enviado, que lo lleva a la Cruz. De modo que amar a Dios no es llenarse de sentimientos, lo que nos llega son los sentimientos. Cuando amamos a una persona hacemos lo que haga falta por ella, y lo mismo sucede por Dios.

El amor de Dios se nota en una gran fidelidad a la conciencia: vemos lo que tenemos que hacer y lo hacemos. La voz de Dios la oigo por dentro y, otras veces, en la voz de mis superiores inmediatos. Y si lo acepto, en eso se nota que yo quiero cumplir la Voluntad de Dios. Y esto está unido al amor a los demás, como lo explica el apóstol San Juan en su primera carta: Quien no ama al prójimo a quien ve, ¿cómo va a amar a Dios a quien no ve?

Y, además, esos son los amores de Cristo: el amor al Padre y el amor a los demás seres humanos. Es el otro gran horizonte de la moral cristiana. El amor de Dios nos lleva a amar a los más simpáticos, a los más alegres, pero también a las personas más necesitadas y a los más débiles. En nuestro ambiente hay personas que son difíciles, que están más solas, que apetecen menos naturalmente; pero a veces lo natural es pobre. Un corazón si ha crecido, se tiene que notar.

Posibles Ilustraciones

Hay dos ilustraciones muy clásicas de la vida espiritual que vienen desde Orígenes, dos metáforas. Una es la salida de Israel de Egipto, que viene narrada en el libro del Éxodo. Sale de la esclavitud, pasa por el Sinaí y entra a la tierra prometida. Esto lo ve Orígenes como una metáfora de la vida cristiana: Se sale de la esclavitud del pecado, se atraviesa el Mar Rojo, vive en esta tierra que es un desierto donde hay dificultades, carestía y dolores. Recibían el maná para sustentarse. Padecen sed, piden agua a Moisés y la saca de una peña. Esta agua, dice San Juan, es Cristo, y recuerda el agua que brotó de su costado abierto. Además, San Juan sabe que el agua que sale del costado de Cristo es el Espíritu Santo. Del Templo de Ezequiel sale un agua que fecunda todo.

Vamos por el desierto, alimentados por la Eucaristía y recibiendo el aliento, la vida, del Espíritu. En el Éxodo se llega al Monte Sinaí donde Moisés sube y habla con Dios.

Una segunda metáfora esta en el Cantar de los cantares, que habla del alma que busca a Dios, y también es el amor de Jesucristo por su Iglesia. Este amor tiene un componente erótico, estamos hechos para Dios y lo deseamos. La vida espiritual debe ser un creciente deseo de Dios.

Dionisio el Areopagita (s. V) habla de cómo la mente se eleva a Dios a través de purificaciones, y eso lo recoge San Buenaventura en el Itinerario de la mente hacia Dios.

Evagrio Póntico, en el desierto de Egipto, nota que el hombre está roto. Nota que, aunque está solo hay soberbia en su interior, se indigna si alguien deja en desorden el pozo. Los siete pecados capitales están dentro. Hay que resolver esto. San Juan Clímaco dice: subimos la escalera de Jacob gracias a la ayuda de la gracia; esa escalera es Jesucristo, que une el cielo y la tierra. Estos autores ven que las virtudes rectifican las malas tendencias del ser humano.

Luego, Santa Teresa habla de Las Moradas, donde plantea los progresos en la vida espiritual. Hay diversas etapas en el acercamiento a Dios. Toda la literatura espiritual habla de un proceso de rectificación. Hay conocimiento y voluntad, si hay más conocimiento de Dios, hay más voluntad de amarlo.

San Agustín dice: La voluntad se rectifica porque se enamora. “Nadie viene a mí si el Padre no lo atrae”. Esta violencia la hace el corazón, dice San Agustín, no la carne. Es una violencia dulce, suave. La devoción es ese amor encendido que quiere entregarse a Dios. Lo más propio del amor es el deseo de entrega. ¿Cómo nos encendemos? Con la oración. Conocer mejor a Dios nos mueve. ¿Qué nos acerca a Dios? ¿Qué nos hace daño?

Hay que mirar a Dios y no estar tristes de nosotros mismos, porque eso es una deformación de la vida espiritual. El cristiano no está alegre porque es perfecto, sino porque Dios es perfecto. La fe cristiana es creer que Dios me ama, a pesar de todo, y eso me ayuda a estar continuamente empezando. Aunque nos veamos pecadores, limitados, estamos seguros de Dios. San Josemaría dice: “Enamórate y no le dejarás” (Camino, 999).

 


 

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