Por P. Fernando Pascual
Todo se ve de otra manera si lo confrontamos con lo eterno.
Lo eterno ayuda a comprender que el dinero no garantiza ni salud ni felicidad ni amor verdadero.
Lo eterno relativiza la fama de un gran político, el “triunfo” de un ejército, el descubrimiento de un científico, los aplausos de un cantante.
Lo eterno desvela el valor de un gesto de perdón, la alegría de una renuncia para servir al pobre o al enfermo, la belleza de la fidelidad en el matrimonio.
Lo eterno explica el sentido pleno de la Iglesia, que camina en el tiempo mientras se acerca al encuentro definitivo con su Señor.
Lo eterno diluye la fuerza del mal, que tiene un poder inmenso en nuestro mundo, pero que se desvanece ante la mirada de Dios.
Lo eterno denuncia la caducidad de miedos y de apegos, de proyectos basados en la fuerza del hombre sin ninguna apertura al horizonte de la fe.
Lo eterno embellece cada gesto de servicio, cada sonrisa nacida del cariño verdadero, cada escucha a quien necesita consuelo y apoyo.
Lo eterno abre el mundo a ese horizonte que nos enseñó Jesús, Hijo del Padre e Hijo de María, hermano nuestro y salvador del mundo.
Lo eterno está siempre ante nosotros, como una luz que penetra en los acontecimientos y en los corazones, que permite vivir en esperanza.
A la luz de lo eterno vemos todo de una manera nueva, donde lo caduco pierde su atractivo engañoso, y donde el amor revela el sentido auténtico de toda existencia humana.
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