Por Jaime Septién

A partir de este número, ya cercanos a cumplir treinta años de circulación ininterrumpida, se incorpora al Consejo Editorial de El Observador, la doctora en Historia María Luisa Aspe Armella.

Maité y un servidor conocemos de hace algunos años para acá a la doctora Aspe. Una voz crítica, analítica y entregada, en cuerpo y alma, a enseñar, investigar, conducir (desde el genio femenino) a los protagonistas visibles e invisibles de la Iglesia católica de México.

Es capaz de venir por la madrugada desde la CDMX a Querétaro –sorteando las infinitas eventualidades de la carretera 57—a participar en una asamblea de las madres Marcelinas, y regresar manejando por la tarde a su casa en Las Águilas. Sin nada qué pedir: solo dar. Semblante de la palabra y de la mejor pedagogía católica.

Se une al extraordinario novelista y ensayista Francisco Prieto, al cronista de la historia y animador cultural de Guadalajara, el padre Tomás de Híjar Ornelas, y al periodista y director de medios católicos en CDMX, Felipe de Jesús Monroy, en un Consejo Editorial que pronto contará con otros nombres cuya misión ha de ser el cuidado de la línea trazada por El Observador: periodismo profesional que haga de la fe una cultura.

Nos honra que la doctora Aspe Armella haya aceptado la invitación que le hicimos. Sabemos de su capacidad profesional, de su compromiso y de su amor por el pensamiento católico. La historia es maestra, y la historia de la Iglesia católica, de las órdenes religiosas y del modo de vida de éstas y de aquella en el México independiente (que domina quizá como nadie en nuestro país), darán profundidad a las páginas del semanario.

Bienvenida, María Luisa: a nombre de Maité Urquiza, de un servidor y de todo el equipo de El Observador, nos sentimos contentos de tenerte en el Consejo Editorial. Sabemos que será en beneficio de nuestros lectores. Se trata de ir sembrando la semilla del pensamiento social cristiano frente a la estupidez de las ideologías y a la insulsa sociedad del espectáculo que atraen la ignorancia y se ceban en la comodidad del sillón de la tele o de las urnas previamente rellenadas con los votos de la venganza. Esta y no otra es la buena lucha que debemos dar, sin “caras de vinagre”. Con la alegre sabiduría del evangelio.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 15 de junio de 2025 No. 1562

 


 

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