Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

La teología es el quehacer de aquellos que tienen fe y  profundizan en la Revelación que Dios ha realizado a la humanidad en el Pueblo de Israel y al nuevo Pueblo de Dios que es la Iglesia, con una metodología propia, según los tiempos y las culturas.

Hablar de la teololgía del Corazón de Jesús en sus dimensiones de la Reparación y de la Consagración, son temas centrales y vitales de nuestra fe cristiana y católica. Se toca, diríamos, lo más sensible de ella y nos introduce plenamente en el amor de Dios.

Podría pensarse que la devoción al Corazón de Jesús es un planteamiento teórico, pietiesta, o simplemente de tiempos superados. Son recuerdos del pasado, evocados en las imágenes, en libros o en ciertas prácticas, como los primeros viernes de mes. Sin embargo, no es así; nos permite vivir líneas esenciales de la fe, cristiana y católica, como son la consagración y la reparación, o la reparación y la consagración.

No es algo meramente marginal, sino están en el centro mismo de nuestra condición de bautizados. ‘La fe no termina en el enunciado, -como dice santo Tomás, sino en la realidad’ y esa realidad es el Corazón traspasado de nuestro Redentor.

Comporta una dimensión de encuentro de quien ha sufrido la pasión injusta y cruel: ahí están sus llagas, la llaga de su Corazón de quien nos amó hasta el extremo, hasta la última gota de su sangre . Es el Señor resucitados quien nos dice “La Paz esté con ustedes, y les mostró las manos y el costado”. Es indisoluble ese binomio de quien murió y resucitó y las pruebas son sus llagas y su Costado traspasado.

El bautismo, que se recibe en agua y por la sangre de Jesús, nos incorpora a Cristo muerto y resucitado, en un nuevo modo de existir y por tanto de pensar, como redimidos. Esta es la primera consagración formal. Ya se es con Cristo una sola cosa (Gál 3, 27; Col 3,3). El bautizado es ungido, es otro Cristo con Cristo; entonces, su misión es la de Cristo. De aquí que la consagración al Corazón traspasado de Jesús, implica una configuración con Cristo Crucificado y de Corazón traspasado; implica el cambio y la transformación en Él, y por tanto, en despojarse de su egoísmo y consagrarse o determinarse a ser coherente con esta condición.

Dios Padre por su Hijo, de Corazón traspasado en el Espíritu Santo, nos consagra a nivel de ser; a nivel moral y psicológica, supuesta la gracia, es respuesta personal. Lo propio de esta consagración es el amor, la delicadeza en la entrega o donación total de sí mismo: Tuyo soy, o tuyos somos, y tuyo o tuyos, queremos ser, evocando las palabras de León XIII.

Por otra parte, la Reparación constituye el espíritu propio de la devoción al Corazón de Cristo, como lo enseña Pío XI. Diríamos que la Reparación está incluida en el dinamismo de la Consagración. La Reparación completa la Consagración o es la puesta en acción de las misma Consagración.

Para Pablo VI, el amor y la Reparación pertenecen a todos los tiempos; y ahora es más actual que nunca. La Reparación es correlativa al pecado. Se debe sanar lo que se ha roto: la comunión con Dios, la comunión con los hermanos, la comunión consigo mismo y con la naturaleza.

Es Redención-Reparación con Cristo, por Él y en Él. El drama de la Redención-Reparación acontece en Cristo: se inicia en Él e implica la muerte y la resurrección, de Cristo inmolado y Cristo resucitado; la misma persona en una única ofrenda.

En Él y por Él se debe vivir ese proceso interior, de muerte y resurreción, en orden también a la dimensión de la acción transformadora en las personas y en la sociedad. Un aspecto que hemos de tomar en consideración es la vulnerabilidad del Corazón de Cristo; su humanidad lo hace sensible. ‘Su amor es dolor’, recordando una expresión de Papini. Involucrarnos con el Cristo de la fe, es involucrarnos con el Cristo real, quien tiene su Corazón-Costado, traspasados. Este involucramiento exige la Consagración y la Reparación.

El Papa Francisco, de feliz memoria, nos invita en su encíclica ‘Dilexit nos’,-Nos amó, a entender la Reparación como construir sobre ruinas (nº 181). ‘En medio del desastre que ha dejado el mal, el Corazón de Cristo ha querido necesitar de nuestra colaboración para reconstruir el bien y la belleza’. ‘…reparar el daño hecho a este mundo implica además el desero de reparar los corazones lastimados…’(Ibídem 185).

‘…espíritu de reparación es el hábito de pedir perdón a los hermanos…’(Ibidem 189).

Para implicarnos necesariamente en la reparación, el Papa Francisco, no señala algo verdaderamente importante y desafiante: Los sufrimientos del Cristo glorioso, ‘ ha aceptado limitar la gloria expansiva de su resurrección, contener la difusión de su inmenso y ardiente amor para dejar lugar a nuestra libre coopeeración con su Corazón’ (Ibídem 193).

El Corazón de Cristo Nuestro Señor, nos debe llevar a difundir su amor de ardiente ternura para nuestros hermanos.

El olvido y la indiferencia inferidas a su Corazón, Amor increado, ha de llevarnos a amar lo que Él ama, a amar en actos de amor fraterno, para curar las heridas de la Iglesia y del mundo (cf 200).

Una propuesta de Consagración al Corazón amante de nuestro Redentor Jesús:

Jesucristo, Hijo del Padre y de la Santísima Virgen María, mi Dios, mi Redentor y mi Rey; yo……………….., quiero realizar una alianza de comunión contigo para tener los mismos sentimientos (Fil 2,5) de tu Corazón inmolado y glorificado; para pensar como Tú, para amar como  Tú, para servir como Tú; para prolongar tu vida en mi vida  de modo que la Nueva, Eterna y Definitiva Alianza que se actualiza por el Espíritu Santo en el ministerio sacerdotal, participe y la viva como el centro y la fuente de mi vida ; como la victoria del amor sobre el mal y la muerte en una plena y constante donación de hijo en tu condición de Hijo, Sacerdote, Víctima y Altar; como donación de amor al Padre para salvación de una humanidad rota. Quiero en esta alianza sellar mi trasformación progresiva en Ti, para ser contigo pan partido y compartido y sangre derramada en una vida donada día a día y ser así contigo, por Ti  y desde Ti, donación del Padre y tu cumplimiento. Que este  dinamismo de alianza de comunión contigo,  me lleve a ser palabra y acontecimiento de salvación. Quiero participar en la liturgia, vivir y gozar contigo la unción de la alegría, de la compasión y de la misericordia. En una palabra, quiero por esta alianza ser según tu Corazón. Que  configure y lleve a su plenitud mi existencia y alianza  bautismal en el Corazón de Cristo, por el  Espíritu Santo y bajo la intercesión de la Santísima Virgen María. Amén.

 


 

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