Por Rebeca Reynaud

Una de las metas de la educación universitaria -y desde antes- es hacer pensar. Hay carencia de hábitos de la reflexión, ya que hay dispersión y superficialidad. Hay que enseñar a unir las causas con los efectos. Si uno no piensa no ve las consecuencias de ciertas cosas. Lo podemos hacer planteando preguntas que lleguen al corazón y a la cabeza.

La buena filosofía y la buena teología parten de preguntas. Por hay que conectar las materias que impartimos con la vida y con el contexto cultural en el que nos movemos.

¿Qué necesito para ser mejor instrumento? La teología tiene que ser piadosa y la piedad debe ser teológica. No hay nada más apasionante que formar, acompañar en ese proceso. Y, como profesor, ilusionarse en descubrir nuevos talentos.

El profesor necesita fidelidad a la fe. A la hora de impartir las materias hay que distinguir lo opinable de lo doctrinal.

¿Qué problemas se plantean los alumnos? Necesitamos contar con alumnos bien formados para que puedan atender grupos y escuchar y dar buenos consejos. Es una tarea que tiene un efecto multiplicador. Nuestra tarea es apasionante, pero no es fácil.

Actitudes que pueden ayudar a los docentes

Lo esencial es aprender a escuchar y de allí salen muchas cosas. Escuchar a Dios, lo primero, para llegar al corazón de los estudiantes; luego escuchar a los alumnos para hacernos cargo de qué intereses tienen, qué dificultades encuentran, saber si les ayudan las clases. Hay que saber cómo perciben el mensaje que transmitimos.

Escuchar el contexto en el que vivimos, para encontrar la conexión con nuestras clases. Hay una sensibilidad hacia el medio ambiente. Hay que adecuar los contenidos a esa realidad.

El Papa León XIV propone que promovamos el amor y la unidad. ¿Cómo podemos contribuir para ser fermento de amor y de unidad en un mundo cada vez más polarizado?

El docente debe de estudiar diariamente y, además, tener una disposición de actualización continua. Cultivar el diálogo entre las personas que intervienen en clase.

Transmitir siempre esperanza y alegría a los alumnos. Estamos muy necesitados de esperanza pues en el mundo hay muchos conflictos. Transmitir el amor incondicional que Dios nos tiene. Las personas que tengo delante tienen deseos de ser santos, aunque no escuchen todo lo que me gustaría. Si queremos a los alumnos, ellos lo notan.

Hay que presentar la formación como un privilegio, que lo es. Ante algún problema hay que empezar pensando: “la culpa es mía”, y ver en qué puedo mejorar. No echar siempre la culpa a los demás.

Hay que saber con qué conectan las nuevas generaciones, conocer qué perfiles profesionales tienen los educandos. Hay que tratar de adecuar los contenidos de las asignaturas al interés de los alumnos.

Hay que trabajar unos temas como las prioridades actuales de las nuevas generaciones. Hay que adecuar las cosas esenciales al contexto en que vivimos. Hay que desprenderse de algunas cuestiones que ya no sirven. Hay que ver el balance entre fe, familia y futuro.

Hay que llevar esta tarea con más profesionalidad, para eso, llevar nuestra asignatura a la oración. Estamos en primera línea en la educación.

 
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay


 

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