Por Arturo Zárate Ruiz
Hay muchos datos que indican que en sus aspectos materiales las condiciones de vida en México han mejorado. Baste señalar al respecto lo siguiente:
En 1950, la esperanza de vida en México era de 46 años. En 2023, la esperanza de vida se ubicó en 75 años, un aumento significativo en comparación con 1950. Se espera que la esperanza de vida continúe aumentando en las próximas décadas, con proyecciones que indican que podría alcanzar los 77 años en 2030 y los 83 años en 2070.
Por supuesto, vivir muchos años no es lo mismo que vivir bien. Pero, aun así, los muchos años nos ofrecen muchas más oportunidades para ello e indican, al menos, que no somos ya tan vulnerables a las enfermedades o las hambrunas.
Agreguemos a todo esto ciertas comodidades que hoy consideraríamos imprescindibles, por ejemplo, la electricidad, el agua limpia y entubada, las medicinas aun para el cáncer, para no hablar de la televisión. Y aún mejor, el progreso material no es exclusivo de México sino de muchos rincones del mundo.
El papa León XIV, sin embargo, nota que somos una sociedad aburrida y cansada:
«Un mal muy extendido en nuestro tiempo es el cansancio de vivir: la realidad nos parece demasiado compleja, pesada, difícil de afrontar… Y entonces nos desconectamos, nos dormimos, en la ilusión de que, al despertar, las cosas serán diferentes».
Propone un remedio:
«La realidad hay que afrontarla, y junto a Jesús, podemos hacerlo bien».
Pero seguir a Jesús implica renunciar a la vida comodona, es más, si es necesario, a muchas comodidades. Lo tuvieron que hacer los judíos tras salir de Egipto en busca de la Tierra Prometida. En Egipto al menos comían ajos en abundancia, no así en el desierto del Sinaí, donde se aburrieron de probar el maná todos los días.
Y no es que como laicos tengamos que hacer los votos de celibato, pobreza y obediencia, como deben los religiosos. No tenemos, ciertamente, que renunciar a los progresos de la vida moderna. Sí tenemos, sin embargo, que trabajar por nuestra salvación y la de nuestros prójimos. Por un lado, sí se nos exigen entonces renuncias, como evitar el pecado. Por otro lado, se nos manda el portarnos bien, lo que incluye no sólo amar a nuestros hermanos, también las obligaciones religiosas, como el ir a Misa los domingos, y confesarnos y comulgar al menos una vez al año.
A los comodones puede resultarles muy pesadas las obligaciones religiosas. Aunque tras la confesión viene la alegría del perdón y la gracia que proceden de Dios, eso de confesarse lo describió alguna vez el difunto papa Francisco como una ocasión de vergüenza, peor que comer a cucharazos los ajos crudos, diría yo. No es fácil eso de revelar los trapitos sucios de uno, no inclusive al cura de quien sabemos que primero él muerto que quebrantar el sigilo sacramental.
Pero se dan las personas que conservan esos trapitos sucios, no porque les den vergüenza, sino porque les gustan. El pecado les resulta sabroso. Y se acostumbran, a punto de gozo (muy torcido), a él.
Y aun si fueran sólo buenos esos trapitos, suelen sentir que en su vida no requieren más que éstos. Que basta el comer y comer, que no se requiere a Dios. En el 2000 un 4% de los mexicanos negaban toda religión. 20 años después los ateos ya eran un 8 % en México. El progreso material los hizo negar a Dios. Si hablamos del catolicismo, en 2010, 82 % eran católicos, hoy sólo 77 %.
Sucede que suelen ser deliciosos muchos de los bienes materiales, y ciertamente muchos de los prohibidos, si no, no se procurarían. Debemos salir del pantano, pues aun cuando esos bienes sean permitidos, si gustan demasiado puede que hagan a uno sentirse tan satisfecho que se le quite el hambre de lo mejor, Dios.
De allí que cuando a uno le entre la acedia, la falta de interés o pereza espiritual, deba uno combatirla atendiendo sus causas.
Moisés cuidó que no les estorbaran los ajos a los judíos tras la huida de Egipto. Sólo les ofreció el maná, aunque se hartaran de él. Estaba en juego, por entretenerse en los ajos, que jamás llegaran a la Tierra prometida. También nosotros. Si nos estorban los bienes materiales, aún los legítimos, pongámoslos a un lado de impedirnos servir Dios. Y comamos algo mejor que el maná, comamos a Jesús mismo durante la comunión.
Imagen de Kevin Alexandro Reyes Casillas en Pixabay