Por P. Fernando Pascual

La vanagloria es un pecado que amenaza continuamente al cristiano, porque lo orienta hacia el propio aplauso, incluso en medio de la realización de obras buenas, y le aparta de la meta verdadera, que es el amor.

Con la ayuda de ideas de Evagrio Póntico, el padre Fabio Rosini ofrece diversas reflexiones sobre este peligro en su libro El arte del buen combate.

La vanagloria consistiría en una especie de autoalabanza, en un considerarse bueno, eficaz, merecedor de aplausos y reconocimientos.

Incluso la vanagloria, sorprendentemente, llena de energía. Como explica el padre Rosini, “puede ser motor muy eficiente para sacrificios inverosímiles y actos heroicos” (El arte del buen combate, p. 308).

Una persona movida por la vanidad, por ejemplo, realiza acciones tan loables como dar limosna o ayudar al necesitado, pero siempre con una desviación de fondo: buscar la recompensa.

La vanagloria puede ser ordinaria, cuando aspira a obtener fama entre los hombres. O espiritual, porque nos hace creer que estamos bien con Dios, que vivimos como cristianos ejemplares.

Se trata, sin embargo, de una trampa vacía, denunciada fuertemente en el famoso libro de Qohelet. Además, es una trampa que nos hace olvidarnos del otro, pues todo se centra en uno mismo, en la propia fama.

¿Cómo vencer un pecado tan sutil y tan omnipresente? Con un consejo muy sencillo: “poner el fruto de los trabajos bajo el sello del silencio” (El arte del buen combate, p. 325).

Es algo que parece fácil, pero nos cuesta, pues tenemos una especie de “instinto” de vendernos como buenos ante los demás. Pero vale la pena dejar de lado la vanidad para entrar en la vía del verdadero amor.

En palabras del padre Rosini, “el amor por su naturaleza es secreto. El amor no es un anuncio publicitario, el amor es del corazón, parte del interior” (El arte del buen combate, p. 326).

Ello no significa dejar de hacer el bien. Sería paradójico que uno renunciase a buenas obras con la excusa de que no quiere ser vanidoso, como señala Rosini (El arte del buen combate, p. 329).

Al contrario, a través de la modestia y el silencio, liberamos al amor de ese peligro de ser autoreferenciales para darnos plenamente al otro, que ahora se convierte en el centro de nuestros intereses.

La vanidad nos amenazará siempre, porque es un pecado sutil y porque nos gusta el reconocimiento de los demás. Pero si estamos cerca de Cristo, que fue humilde y que buscó solamente la gloria del Padre, viviremos con la sencillez de los simples, que hacen ese bien “oculto” que permanece en el corazón de Dios.

(Los textos aquí reproducidos se encuentran en la siguiente obra: F. Rosini, El arte del buen combate, Cristiandad, Madrid 2023).

 


 

Por favor, síguenos y comparte: