Por Rebeca Reynaud

En este trueque de amor
no es mi falta,

es tu abundancia
lo que me asusta, Señor.
José María Peman 1897-1981

Mother Angelica, la fundadora de EWTN- decía que Dios no es una máquina a la que acudimos para obtener algo, sino que vamos a Él para darle algo. Dar es una expresión importante de que se tiene fe.

Pilar Urbano dice que “la gracia hace al hombre agradecido, por agraciado. Cuando se vive a sorbos de gracia, todo en la vida es dádiva inesperada. Todo es regalo sorprendente. Todo es don. Todo es gracia” (El Hombre de Villa Tevere, 105).

El Diccionario dice que, en la Teología Moral, el agradecimiento es parte de la justicia. Somos creaturas, todo es recibido. Cuando la gente no lo sabe, no reconoce lo que Dios nos ha dado. Señor, ¡que no me acostumbre a las bondades que me das! Ayúdame a tener esa delicadeza contigo.

Dice la Regla de San Benito que cuando no haya más vino lo que deben hacer los monjes es dar gracias a Dios, y no preguntar por qué se acabó, porque dar gracias es aceptar las cosas tal y como Él nos lo da. Y cuando llegue un huésped, el portero debe darle gracias a Dios. Sea simpático o antipático, sea su llegada oportuna o inoportuna, sabiendo que es Dios quien lo envía.

La felicidad aquí en la tierra es fruto de la humildad, de acompañar y de sentirse acompañados. Hay dos tipos de personas: las agradecidas y las ingratas. La acción de gracias es manifestación de la categoría de una persona, es la oración más perfecta. Las personas agradecidas ven todo como un don y son felices.

Los santos valoran tanto la gracia que quieren corresponder. Si hacemos las cosas a fuerzas, acaba tronando el mecanismo. El que más puede es el que se siente amado. Si de entrada no hay agradecimiento, hay que ir a la raíz, pues Dios nos ha curado de locuras y de enfermedades. Los santos se asombran ante la grandeza del amor de Dios.

Ser católico significaba, para Dietrich von Hildebrand, vivir en un continuo estado de gratitud por los inmerecidos dones de la fe, los Sacramentos y la guía de la Iglesia. Ser católico significa, dice, ver “los acontecimientos temporales a la luz de la eternidad”.

La humildad va muy unida a la acción de gracias. Hay que dar gracias porque podemos servir y porque los demás nos sirven inmerecidamente.

Escribe Francisco Fernández Carvajal: San Lucas nos cuenta que Jesús, en el camino hacia Jerusalén, encuentra a diez leprosos que se detuvieron a lo lejos (cfr. Lc 17, 11-19). En el grupo de los diez va un samaritano, a pesar de no tratarse judíos y samaritanos. La desgracia les ha unido, como ocurre en tantas ocasiones de la vida. Y a voces -pues están lejos- dirigen a Cristo esta oración llena de respeto: Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros. El Señor les manda ir a mostrarse a los sacerdotes como estaba preceptuado en la Ley (Lev 14, 2), Y en la obediencia encontraron su curación. Uno -el samaritano- volvió atrás, hacia donde estaba Jesús, para darle gracias. Es ésta una acción profundamente humana y bella. Y al Señor le gusta, y así lo manifiesta.

El samaritano que fue a dar gracias se marchó con un don todavía mayor: la fe y la amistad de Cristo. Levántate -le dice Jesús-, vete: que tu fe te ha salvado.

Los nueve leprosos desagradecidos se quedaron sin la parte mejor que les había reservado el Señor. Porque «a quien humildemente se reconoce obligado y agradecido por los beneficios -dice San Agustín-, con razón se le prometen muchos más. Pues el que se experimenta fiel en lo poco, con justo derecho será constituido sobre lo mucho, así como, por el contrario, se hace indigno de nuevos favores quien es ingrato a los que ha recibido antes» (Soliloquios, c. 31) [1].

San Pablo considera que la ingratitud a Dios es una de las causas del paganismo (cf. Rom 1, 21), Y la gratitud a Dios uno de los rasgos fundamentales de nuestra fe. San Juan Crisóstomo señala que la mejor custodia de los beneficios recibidos consiste en tenerlos presentes siempre y dar gracias constantemente por haberlos recibido.

Todo se lo debemos al Señor. Si hay algo bueno y noble en nosotros, se lo debemos al Señor Hay que examinar cómo agradezco la Eucaristía, la mediación de la Virgen y los dones de Dios.

[1] F. Fernández Carvajal, Antología de textos, Palabra, Madrid 1990, pp. 17-18.

 
Imagen de AndPan614 en Pixabay


 

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