Por Jaime Septién
La semana pasada cumplió El Observador treinta años de existencia. Hemos recibido bastantes felicitaciones y algunas de ellas nos instan a seguir con el periódico semanal impreso.
Entiendo –y comparto—la necesidad que tenemos los lectores de antaño del papel. Es una herencia maravillosa. Basta leer el célebre libro de Irene Vallejo, El infinito en un junco, para darnos cuenta del impulso civilizador que ha tenido.
¿Las pantallas le han ganado la partida? Quiero pensar que no. Me hace ilusión que varios lectores se hayan acercado a pedirnos seguir publicando el semanario como hasta ahora. Incluso nos han dado pautas para mejorarlo. Lo agradezco infinitamente.
Sin embargo, como escribí en la contraportada del número anterior, el seguir en papel dependerá de quienes nos leen. Es demasiado cuesta arriba el ir resolviendo los costos de producción, edición, administración y distribución.
Si no aumentamos nuestro tiraje, en poco tiempo nos rebasarán los compromisos financieros y tendremos que buscar nuevos horizontes. Me duele hacer esta pregunta, pero considero que es necesaria: ¿de verdad quiere usted un periódico católico?
Si es así: ayúdenos recomendando su lectura, comprándolo a la salida del templo, pidiendo a su párroco que lo anuncie, inscribiéndose, voceando, suscribiendo a otros…
Prometo solemnemente que es la última vez que los molesto con estas cosas. Al iniciar el año 31 de El Observador lo vi con carácter de urgente. Lo digo sin anestesia: en su lectura está el futuro de este semanario.
Dejo mi correo electrónico a su disposición: jaimeseptien@elobservadorenlinea.com
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de julio de 2025 No. 1568