Por Rebeca Reynaud
No bastan las palabras para enseñar la doctrina del Señor, cierto, ¿qué más se necesita? El Magisterio de la Iglesia. ¿Qué más? Conocer el Evangelio. ¿Qué más? Encarnarlo en nuestra vida y enseñar así que esa doctrina de Jesucristo se puede hacer vida, Y esto es lo más importante: ser testigos, dar testimonio de que se es feliz cuando se está bien con Dios y con los demás. Con el ejemplo se edifica a las personas. Lo que convirtió a los primeros cristianos no fue la novedad de una doctrina, sino la vida de quienes la ponían en práctica.
Primero gustaban la sal, la vida, la santidad, el comportamiento informado por la caridad; después, atraídos por la alegría y la paz, se abrían a la luz de la doctrina, para penetrar en el misterio de la gracia que impulsa la vida divina. Sigue siendo actual este modo de atraer a las personas a la luz de Cristo, Es necesario que la sal del comportamiento cristiano preserve de la corrupción del pesimismo, de la falta de esperanza.
No puedo llevar esperanza si no tengo conocimiento del que es Esperanza, no puedo llevar luz si no tengo conocimiento del que es Luz. ¡No puedo! Debo apoyarme en el hombro de Jesucristo para apoyar a otros.
Vivir según la moral está al alcance de la mayoría, cuando han tenido modelos de gente que lucha por ser agradable a Dios. Una persona normal, ni mejor ni peor dotada, puede luchar por poner amor de Dios en lo que hace, en lo que nadie ve, en sus relaciones con Dios y con los demás. Tenemos debilidades y defectos, y, sin embargo, podemos tener el propósito de ser, no sólo buenos cristianos, sino santos, incluso en una sociedad pagana.
El Señor ha querido la Iglesia para que sus miembros seamos sal y luz, para que demos a conocer a Jesucristo. Para eso necesitamos el don de lenguas.
Un astrónomo italiano y teólogo también, Giuseppe Tanzella Nitti, explicaba: Aunque no existen técnicas para acercar a la gente a la fe, cabe mencionar unas puertas. Así, ante una persona agnóstica o atea, hay que conocer el contexto de sus conocimientos, si posee sensibilidad filosófica, su sensibilidad estética, sus heridas, y saber si su ateísmo es simple ignorancia. Lo que es esta persona en su misterio no lo puedo saber, pero algo puedo conocer acerca de ella.
Al conversar con ella, se puede seguir la vía cristológica: despertar el interés por Jesucristo. Llevar al interlocutor a que vea que Jesús de Nazaret tiene una historia que merece ser considerada. Hay que tomar a Jesús como referencia, y todo lo ha dicho Él.
Una puerta es pensar en Jesús. Plantear: ¿Quién es este hombre? El segundo paso es considerar el sacrificio de su propia vida, la manera en que acepta la muerte como prueba de la verdad y la coherencia de sus palabras. Hay que profundizar el anuncio de la Resurrección de Jesús. Una mente no iluminada por la fe puede recibir respuestas. Luego procurar que el interlocutor vea qué es la Iglesia, lo dice Jesús mismo, qué es vivir según Él. Lo dice Jesús con sus palabras. Hay material suficiente para reconstruir la verdadera imagen de Dios y de la Iglesia. Hay continuidad histórica entre la vida de Jesús y la predicación apostólica. Hay continuidad en la Sagrada Escritura, en el sacrificio eucarístico y continuidad en las virtudes que se requieren para la santidad, donde santidad se entiende como ser testigo.
Lo que la Iglesia predica es la Palabra de Jesús. La Iglesia siempre ha pedido que los cristianos seamos virtuosos, de forma heroica. Que se viva o no se viva es otra cosa, pero la Iglesia siempre lo ha pedido. No se ha quitado el nivel de exigencia.
Luego, hay que hablar con entusiasmo. La palabra entusiasmo viene de la etimología griega que significa “posesión divina”. Viene de en (dentro), theos (Dios); significa tener a Dios dentro o ser inspirado por una fuerza divina. Es la adhesión fervorosa que mueve a favorecer una causa. El entusiasmo es una actitud positiva que se manifiesta en el lenguaje corporal, las expresiones faciales y el tono de voz, contagiando a quienes nos rodean.
Se habla de saber motivar. Mantente tú mismo motivado y serán atraídos por el fuego. Atraen quienes están atraídos por el fuego.
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