Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

La solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, se celebra en Oriente desde el siglo VI; en Roma desde el siglo VII.

El Papa Pio XII definió el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María el primero de noviembre de 1950: ‘La Inmaculada Madre de Dios, la siempre Virgen María fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo, al terminar su vida mortal’ (Pío XII, Munificientíssimus Deus, DS 3903). El Concilio Vaticano II, en Lumen Gentium 59, reafirma: ‘Finalmente, la Virgen Inmaculada preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del Universo para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte.

En la visión del Apocalipsis de san Juan ( 12 , 1, ss.) la Virgen Santísima vestida del Sol y por bajel la Luna, vence al dragón personificación de los tiranos como Nerón y Domiciano, como todos los perseguidores de la Iglesia anticristianos, las dictaduras materialistas e ideologías anticristianas de todos los tiempos. La Virgen, Prototipo de la Iglesia y la Iglesia misma.

Ella es la Gran Señal de Dios, que manifiesta que el mismo Dios está con sus hijos.

No vence ni el egoísmo ni el odio, ni la muerte, es la Mujer y el Hijo y los hijos de la mujer, su descendencia.

Nuestro amor y devoción sinceros a la Santísima Virgen y a la Iglesia, nos ayudan a superar el egoísmo con toda fuerza mediática, que frecuentemente obstaculiza para pensar en Dios, y vivir nuestra ‘religación a él’, siendo que es esencial a nuestra ontología de personas ese vínculo divino.

El ‘dragón’ parece invencible en sus múltiples tentáculos y máscaras.

Pero a través de la Mujer vestida del Sol, con la Luna a sus pies y coronada de doce estrellas, Dios está y estará con nosotros, con la humanidad zarandeada y víctima de sus ataques.

La Mujer vestida del Sol, nos evoca a la mujer la llena de Gracia, inundada de la presencia de Dios y que vive permanentemente en Dios. Coronada de doce estrellas, es decir de las doce tribus de Israel, es decir por todo el Pueblo de Dios y la comunión de los santos, de los que han seguido al Cordero y tienen la señal del Cordero en su frente y en su mano, es decir, piensan y actúan como Jesús, el Cordero de Dios.

Por eso al final  de todo quien vence es el Amor.

El símbolo tiene valor polivalente. Inmediatamente es la Virgen Santísima, signo trascendente de la Victoria de Dios por la obediencia de la Nueva Eva, la Virgen Santísima, pero también es la Iglesia, la mujer que sufre, la Iglesia peregrina de todos los tiempos. Ella debe dar a luz de nuevo a Cristo por el ministerio sacramental y con la cruz y el sufrimiento. La Iglesia que es alimentada con la Palabra de Dios y la Palabra que llega a su densidad sacramental pleno en la Santa Eucaristía, -Jesús Dabar de Dios, Palabra y Acontecimiento, Palabra y Eucaristía.

Esta solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, es ocasión para renovar nuestra confianza en Dios y entender que la verdadera devoción a la Santísima Virgen María, principalmente es la imitación de sus virtudes, particularmente su fe como obediencia plena a la Palabra de Dios y la absoluta confianza en Dios.

‘Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque miró la pequeñez de su Sierva; me llamaran Bienaventurada todas las generaciones’( Lc 1, 47, ss.)

Este cántico de la Victoria de la Mujer, ha de ser nuestro propio cántico de sumo gozo y de suma alegría, porque su triunfo, es también nuestra victoria.

 
Imagen de Jacques Savoye en Pixabay


 

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