Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Vivimos un cambio cultural, social y familiar, sin precedentes, en el cual las personas pueden ser de hecho más vulnerables.
Toneladas de información, -hiperinformación, que obnubila los temas esenciales de la vida humana. En este ‘mare magnum’ parece anegarse la frágil quilla de la existencia humana.
Con la IA (inteligencia artificial) como instrumento manipulador,- más allá de sus bondades, ayuno de verdad y de honestidad, se pone en entredicho la misión del Papa León XIV, por poner un ejemplo típico. Esto crea escepticismo y propicia la incredulidad y las dudas se hacen más penetrantes.
Hoy más que nunca necesitamos la brújula de una existencia consistente en un horizonte de fe auténtica, que fundamente la esperanza a toda prueba y que nos ancle en el amor.
A Dios gracias, en todo tiempo y lugar ha suscitado eminentes seguidores e intérpretes auténticos de Jesús Verdad y Vida, cuyo ejemplo y enseñanza perviven entre nosotros.
Las Teresas, Teresa de Ávila, Teresa de Lisieux, Teresa Benedicta de la Cruz, Madre Teresa de Calcuta; Santo Domingo, San Francisco, Santa Clara; Santo Cura de Ars, San Carlos de Foucault; San Juan XXIII, San Pablo VI, San Juan Pablo II; nuestros niños y jóvenes, Santo Domingo Savio, San José Sánchez del Río y nuestro novel, San Carlo Acutis,-por mencionar algunos, y una pléyade inconmensurable de quienes han vivido su entrega total a Dios como apoyo y fuente del total amor a los hermanos, los humanos, porque han preferido a Jesús, porque lo han seguido con su cruz, porque no han planeado un fracaso con sus vidas (cf Lc 14, 25-33).
Renunciar al egoísmo, para apoyarse en Dios Amor verdaderamente eterno y que se nos ofrece en la oración con la Palabra de Dios, la comunión de su Cuerpo y de su Sangre por la Eucaristía; esto nos lleva a sumergirnos en Dios para emerger transfigurados y fortalecidos en Cristo crucificado y resucitado.
Qué mayor certeza, el contar con la evidencia de su amor y de su ternura, en la Sabiduría, Cristo Jesús, que comulgamos y gustamos en la Eucaristía, dominical o de todos los días.
Así podemos llegar a ser lúcidos y responsables discípulos de Jesús.