Por P. Fernando Pascual

Cada ser humano, tras ser concebido, inicia una aventura, un camino. Con el pasar de los años, podemos recordar algunos de los hechos que más nos marcaron.

En ese camino ha habido momentos de alegría y de tristeza, triunfos y fracasos, encuentros y despedidas. Ha habido también gracias del cielo, y elecciones que nos llevaron al pecado.

Al mirar hacia el pasado, al considerar el presente, al mirar hacia el futuro, podemos descubrir a un compañero que siempre está a nuestro lado, que camina con nosotros sin que muchas veces nos demos cuenta.

Sí: Cristo ha estado y está en nuestro camino, como compañero respetuoso, como consolador en las horas de prueba, como misericordia ofrecida para perdonar nuestros pecados, como esperanza en las decisiones que tomamos cada día.

Su presencia ha sido una constante que nos permite reconocer lo mucho que hemos sido amados, lo mucho que valemos ante su Corazón deseoso de nuestro cariño.

Es cierto que podemos olvidarlo, dejarlo a un lado, o suponer su presencia sin darle la importancia que merece.

Pero cuando reconocemos lo que significa su Amor, cuando aprendemos a descubrirlo en esa enfermedad, en esa victoria, en ese encuentro con un ser querido, en esa despedida inesperada, entonces podemos experimentar un consuelo que nadie nos arrebatará.

Cristo, Hijo del Padre y Hombre verdadero, sigue en nuestro camino. Como hace más de 2000 años, cuando empezó a existir en el seno de la Virgen María, ha iluminado a todo hombre, ha dado sentido a toda existencia humana.

Ahora quiero descubrirlo a mi lado, para darle las gracias por estar ahí, para pedirle perdón por mis pecados, para suplicarle el don de la fe, y para esperar que encienda en mí un fuego de amor que dé sentido al presente y que me lance al encuentro eterno con Él, para siempre, en el Reino de los cielos.

 


 

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