Por P. Fernando Pascual

No le aplaudieron nunca por buenas notas. Pero supo ayudar al necesitado. Ya ha recibido el premio eterno.

No apareció en ninguna lista de “influencers”. Pero cuidó a sus padres ancianos. Ahora goza para siempre del cielo.

No obtuvo ningún premio Nóbel ni reconocimientos internacionales. Pero promovió la paz en la familia. Ha sido recibido por Dios entre los beatos.

No acumuló dinero avaramente ni disfrutó de placeres sin medida. Pero buscó vivir el Evangelio, en la bonanza y en la tormenta. Ha sido redimido plenamente por Cristo.

No gozó de fama, fue perseguido por la justicia, pasó incluso años en la cárcel. Pero supo perdonar y pidió perdón. Fue lavado por la Sangre del Cordero.

No se adaptó a las modas ni a las corrientes de su tiempo, incluso fue visto como un conservador desubicado. Pero acogió verdades eternas. Ahora goza de la vida plena.

Esa será una de las grandes sorpresas en el cielo: descubrir cómo entran pequeños, humildes, pobres, desamparados, incluso pecadores rechazados por quienes se consideraban honestos, progresistas, triunfadores.

Porque para conseguir el premio eterno no sirven los títulos de este mundo, ni la astucia según la carne, ni la “victoria” de quien “saborea” su venganza.

Sirven solo las palabras del Hijo de Dios, nacido de la Virgen, muerto en el Calvario, y triunfante el día de la Pascua.

Solo consigue el premio eterno, en definitiva, quien cree en Cristo, quien reconoce sus pecados y pide misericordia, quien aprende a perdonar y busca orientar su corazón y su tiempo en el único mandato que da sentido a la vida: amar a Dios y a los hermanos.

 
Imagen de Goran Horvat en Pixabay


 

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