Hablar de la muerte es algo que a muchos les da miedo, otros lo toman con mucha paz incluso otros hasta hacen versos y le llaman calaveras.

Algo que es claro es que nuestros antepasados creían en una vida después de la muerte, lo que la iglesia llama resurrección y no como otras culturas o religiones que creen que uno nace nuevamente en este mundo (reencarnación).

Para nuestra cultura mesoamericana, la muerte no era la aniquilación a los seres vivos, sino un cambio de estado, una vivencia distinta a la que transcurre entre el nacimiento y el fin. La muerte no es más que una forma de vida diferente. Pero es gracias a Jesucristo quien al venir a este mundo y hacerse hombre, nos hace entender esto y nos recuerda que hay un cielo, que hay una vida eterna, que quien cree en Él, nunca morirá, que vivirá para siempre. Es claro que no nos habla de una vida terrenal, puesto que el también muere como hombre, más bien nos habla de esa vida eterna. Por eso al resucitar nos demuestra que todo lo que nos enseñó es verdad.

Todos pensaban que con la muerte de Jesús ya nada tenía sentido, que no había nada más que hacer. Las esperanzas y las ilusiones de sus amigos se habían acabado. Pero olvidaban algo muy importante, Jesús les dijo que al tercer día iba a resucitar, es decir, volvería a la vida.

Por eso al celebrar nosotros el día de los fieles difuntos, pensemos en esto: “La muerte no es el fin, Cristo es la vida. Si morimos por Él, resucitaremos con Él, nos lo dice san Pablo en su carta.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 2 de noviembre de 2025 No. 1582

 
Image by Treharris from Pixabay


 

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