Por Arturo Zárate Ruiz
Que el término y el principio de un año sea en tal o cual fecha no tiene ninguna razón astronómica bien fundada ni obviamente cristiana. Por un lado, el solsticio de invierno, cuando el sol brilla más brevemente en el día, ocurre en el 21 de diciembre, no en el 31. Por otro lado, el motivo de la Natividad se celebra el 25 de diciembre (o el 6 de enero entre algunos ortodoxos), no el 1 de enero. Es cierto que, con Julio César, en tiempos previos a Cristo, se celebraba en estos días el fin y principio de años por razones astronómicas, aunque erróneas, y religiosas, aunque paganas. Se creía que el solsticio ocurría entonces y se le rendía culto a Jano, dizque dios romano de dos rostros, uno mirando hacia atrás y otro hacia adelante, lo que les sugería que se daba entonces dicho fin y dicho principio.
En cualquier caso, sí hay motivos cristianos para acudir a misa: el 31 de diciembre para dar gracias por el año civil que termina y recordar a San Silvestre, Papa, y el 1º de enero para dar gracias por el año civil que empieza, expresar nuestro amor a la Madre del Verdadero Dios, y, algo que para algunos parecerá curioso, celebrar la Fiesta de la Circuncisión del Señor.
Hablar de Santa María sería poca cosa aquí. Nunca serán suficientes nuestras expresiones de amor por ella. Hablemos, pues, de algo menos comentado, lo de San Silvestre (y lo de otro papa como él nombrado y aún menos conocido), y hablemos de lo menos entendido, lo de la fiesta de la Circuncisión.
En cuanto a San Silvestre, Papa, fue él el primero no perseguido por el emperador romano, gracias a que Constantino permitió entonces el cristianismo. La libertad que gozó entonces la Iglesia permitió, en tiempos de San Silvestre, la construcción de muchos templos en Roma, bajo el patrocinio del emperador: la actual basílica de San Juan erigida en el dominio imperial de Letrán, el cual pertenecía al patrimonio de los emperadores desde el siglo I, la basílica de la Santa Cruz en Jerusalén, llamada entonces Sessoriana y ubicada junto al palacio de Helena, la madre de Constantino, San Pablo Extramuros, San Lorenzo Extramuros y la Basílica de los Santos Marcelino y Pedro. Más tarde, en la segunda parte del reinado, probablemente alrededor del año 333, Constantino también inició la construcción de lo que fue la Basílica de San Pedro, en la colina Vaticana.
Conviene recordar a otro papa Silvestre, el Segundo, aunque no santo. Le tocó el fin del Milenio en CMXCIX, es decir, 999, en números arábigos, cuyo uso introdujo él en los dominios cristianos. Los había aprendido, cuando joven, tras viajar a Córdoba y Sevilla, y recibir la educación matemática superior que allí prosperaba. Gracias a él se nos hacen más fáciles las sumas y las restas a quienes apenas sabemos contar con los dedos. Eso sí, desaprendimos a escribir el año 1000 en romano, que más fácilmente se garrapateaba así: M. Silvestre era hombre de gran erudición, y se le conoció como la “luz de la Iglesia y la esperanza de su siglo”. Durante su pontificado otorgó el título de rey a los soberanos cristianos de Polonia y Hungría, coronando a Esteban I.
Ahora bien, la circuncisión de Jesús se entiende en el contexto del Libro del Génesis. Era la señal que vinculaba a los descendientes de Abraham con Dios. Este acto incluía la operación en el cuerpo, bendiciones y la imposición del nombre. José y María, como una familia israelita más, cumplieron con esta práctica para señalar la inserción de Jesús en su pueblo. La circuncisión ya no es obligación para los cristianos porque en el Concilio de Jerusalén alrededor del año 49, los apóstoles declararon la abolición de la necesidad de este antiguo rito. En su lugar, se estableció el bautismo como el nuevo medio mediante el cual un cristiano se incorpora a la Iglesia, que ahora es considerada el nuevo Pueblo de Dios.
Nos circuncidemos o no los cristianos, recordamos que sí lo hizo Jesús por cumplir la Ley que entonces le sujetaba y, tal vez más importante, para anticipar el sacrificio suyo y derramamiento de sangre posteriores, en el Calvario, por nuestra salvación.
En la imagen la escena representada en el Menologio de Basilio II (siglo XI). Arte bizantino. – Dominio público, Enlace




