Por Rebeca Reynaud

En primer lugar: ¿Por qué nos consagramos? Porque estamos inmersos en una batalla espiritual. He aquí uno de tantos textos para la consagración:

¡Oh! Maria madre mía amabilísima, yo hija tuya me ofrezco hoy a ti, y te consagró para siempre todo lo que me resta de vida, mi cuerpo con todas sus miserias, mi alma con todas sus flaquezas, mi corazón con todo sus afectos y deseos.

Todas mis oraciones trabajos amores sufrimientos y combates, en especial mi muerte con todo lo que le acompañe, y todo esto Madre mía lo uno para siempre e irrevocablemente a tu amor, a tus lágrimas y sufrimientos.

Madre mía dulcísima acuérdate de esta hija tuya y de la consagración que de sí misma te hace, y si yo vencida por el desaliento, la tristeza perturbación o desvarío o enfermedad, llegara alguna vez a olvidarme de ti, ¡oh! entonces Madre mía, te pido y te suplico por el amor que tienes a Jesús, por sus llagas y por su sangre, que me protejas como hija tuya y no me abandones hasta que este contigo en la Gloria, así sea.

El beato Álvaro del Portillo nos aconsejaba meternos en las Llagas de Cristo, abiertas por amor –especialmente en la de su Sagrado Costado-, para que la Sangre divina nos bañe y nos purifique constantemente. Dentro de ese Corazón llagado, ¿qué encontramos? Hallamos otro Corazón, el de la Virgen. El Señor amaba tanto a su Madre que dentro de su Corazón quiso tener el de María. Haced el propósito de meteros en el Corazón de María, así estaréis en el Corazón de Jesús.

Y se puede añadir: “Dios Padre reunió en un depósito todas las aguas, y las llamó mar, y reunió en otro depósito todas las Gracias y todas las bendiciones y las llamó María”, escribió San Luis Ma Grignon de Montfort.

El Papa San Juan Pablo II, en una de sus Catequesis explica esto mismo: «El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio» (2-julio-1997).

En la tercera aparición de Fátima, Nuestra Madre le dijo a Lucía: «Nuestro Señor quiere que se establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado. Si se hace lo que te digo se salvarán muchas almas y habrá paz; terminará la guerra…. Quiero que se consagre el mundo a mi Corazón Inmaculado y que en reparación se comulgue el primer sábado de cada mes…. Si se cumplen mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz…. Al final triunfará mi Corazón Inmaculado y la humanidad disfrutará de una era de paz.»

En un diálogo entre Lucía y Jacinta, ella, de diez años, dijo a Lucía: “nuestro Señor desea que se establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado de María.

Diles a todos que pidan esta gracia por medio de ella y que el Corazón de Jesús desea ser venerado juntamente con el Corazón de su Madre. Insísteles en que pidan la paz por medio del Inmaculado Corazón de María, pues el Señor ha puesto en sus manos la paz del mundo.»

El 10 de diciembre de 1925, la Santísima Virgen, teniendo a su lado al Niño Jesús sobre una nube luminosa, se le apareció en su celda a la Hermana Lucía, la vidente de Fátima, en la casa de las Doroteas, en Pontevedra. Poniéndole la mano en el hombro, le mostró un corazón rodeado de espinas, que tenía en la otra mano. El Niño Jesús, señalándolo, exhortó a la vidente con las siguientes palabras: “Ten pena del Corazón de tu Santísima Madre, que está rodeado con las espinas con que los hombres ingratos constantemente le clavan, sin haber quién haga un acto de reparación para quitárselas” [1].

La Santísima Virgen añadió: “Mira, hija mía, mi Corazón rodeado de espinas que los hombres ingratos, a cada momento, me clavan con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, has algo por consolarme y di que a todos aquellos que durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la sagrada comunión, recen el rosario y me acompañen quince minutos meditando sus misterios con el fin de desagraviarme, yo prometo asistirles en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para su salvación”.

Qué hermoso que a la hora de la muerte Nuestro Señor nos pregunte: ¿y a quién tienes de abogado para el juicio? y nosotros le podamos responder: tengo por abogado a la Madre del Juez.

[1]  Antonio A. Borelli, Las apariciones y el mensaje de Fátima, según los manuscritos de la Hermana Lucía. TFP-Covadonga, Madrid 1994, p. 82.

 
Imagen de Ted Erski en Pixabay


 

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