Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Santa María de Guadalupe se presenta como la Madre de Dios, tanto en el relato del Nican Mopohua como en su imagen. Ella es el signo que ha de ser contemplado; aparece para ser fundamento constante de esperanza en la Historia de la Salvación: es la Mujer del Apocalipsis (Ap. 12, 1 ss). La asonancia dabar-midbar, palabra-desierto, en expresión de Bruno Forte, es el trasfondo veterotestamentario de las intervenciones salvíficas. Si la humanidad ha sido expulsada del paraíso al desierto, la escucha-contemplación-aceptación de la Palabra en el silencio interior-desierto, habrá de florecer el paraíso perdido en el corazón del creyente. Este paraíso-xochiltlapan-lugar de flores, se recobra por la intervención de la Mujer-Santa María y la cooperación de la Madre-Iglesia para la humanidad en el horizonte del tiempo, hasta su consumación. México en la hora de Dios, será incluido en este proceso salvífico de Dios que sale al encuentro, a partir del 9-12 de Diciembre de 1531.
En la palabra-imagen-mensaje, Santa María de Guadalupe, se presenta como Madre de Dios, Madre de los mexicas y de todos los diversos pueblos-nepapantlacah, para que sean cencalli – como enteramente de Casa, en expresión de León Portilla. Señala a Dios con los atributos o aspectos que en su cosmovisión monista daban a Ometéotl o la divinidad dual o la plenitud del uno divino en dos. Ella es ante todo Madre y Madre de Dios cuya misión será ofrecerlo en su mirada compasiva– Persona, in noteicnoittaliz, en el entrecruzamiento de los brazos-mamaluaztli, a todos los necesitados de consuelo maternal cuya experiencia es de aniquilamiento-desierto. Lo que se contempla es una mariofanía teofánica; el verdadero Dios que se ofrece en el signo encarnado de la Mujer. Signo que presencializa el misterio del amor de Dios y a Dios mismo.
Las fuerzas cósmicas, o aspectos de Dios en los diversos cielos- del uno al trece que sostienen una oposicionalidad creadora, pues si Dios es dual, así sus manifestaciones; así lo entienden desde sus categorías biléxicas y dialécticas. Por el icono de Guadalupe entienden el poner fin al mitl in chimalli-escudo y flecha-guerra, aunque tuviera un carácter sagrado, para mantener el equilibrio del universo. En Santa María de Guadalupe la luz-noche, sol-luna, estrellas- se encuentran armonizados en una síntesis superior: una nueva era amanecer (huel oc yahyultizinco) de paz, de vida religiosa, social y cultural.
El Tepeyac será el lugar paraíso-xochiltlapan-tonacatlalpan-lugar de las flores y lugar de nuestro sustento. Aquí donde fuera la cuna mítica de los mexicas, donde daban culto a la diosa Coatlique Tonantzin y observaban el nacer-caminar del Sol los 365 días o los 366 días cuando el año era bisiesto: será la cuna de su fe inculturada. Serán el centro, María y su Santuario, para que todos convivan en uno y sean como enteramente de Casa-Cencalli.
Ella es el signo que certifica el mensaje de Dios, como signo histórico o profecía, como signo cósmico o milagro, como signo testimonial o del amor exquisito, tierno y delicado. El amor infinito de Dios se presencializa y expresa en ella: la gran señal de Dios o su Rostro maternal, el Signum Magnum. Lo infinito se expresa en lo finito.
Las flores y los cantos que vienen del cielo y aparecen en la tierra árida y triste de un pueblo que había perdido su identidad, su razón de ser y su misión, son la prueba inculturada. Ya no son ellos los que van a Dios por esta vía de las flores y los cantos, inxochitl in cujicatl: es Dios que se acerca a ellos para certificar su presencia percibida desde sus categorías. Más aún, las flores y los cantos permanecen en el Icono Santo: María es la Flor donde mora el Cuicatl-Canto, la Sabiduría, Luz, Jesucristo.
Imagen de Dwayne Deslatte – CC BY-SA 3.0, Link





