Por Rebeca Reynaud

¿Qué es la infancia espiritual?

Es un camino de santidad que invita a los fieles a practicar la confianza y la dependencia total de Dios y la sencillez de un niño. Esta actitud está profundamente arraigada en lo que Jesús aconsejó “Si no os volvéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (cfr. Mateo 18,3). Implica una postura teológica que reconoce la trascendencia divina.

“Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños…, rezar como rezan los niños” (San Josemaría Escrivá, Santo Rosario, “Al lector”).

Jesús les dijo a sus Apóstoles: Yo les aseguro que, si no cambian y “si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18,3).

¿Cuál es el secreto del cristianismo? Hazte pequeño para ser grande en el Reino de los cielos. Esta es una de las claves de la vida eterna. Ser niño es decirle al Señor: Yo no soy Dios, vengo de la nada, y todo lo he recibido de Dios. Me das lo que necesito. Lo mío es la consciencia de tu grandeza.

Los niños se dejan llevar, se sube al coche y no sabe adónde va, se deja conducir por su padre o madre. Lo que Dios me vaya pidiendo es lo que acepto porque yo no tengo ni idea de qué me conviene.

El Pan de vida lo recibimos de rodillas y en la boca. A los niños se les alimenta en la boca, no se ganan el pan, se lo dan.

Nuestro paso por la tierra es un momento insignificante y será pagado con un gozo extremo, con un gozo total y para toda la eternidad. El pago que se da a la tarea que realizamos es totalmente desproporcionado. Dios nos paga por nuestro trabajo en la tierra en forma descomunal. Si damos mucho, más se multiplicará en el Reino de los Cielos. Es el amor a Dios el que produce el cambio sobre la tierra y el que nos da el premio eterno.

Hay momentos en que la tarea que Él nos pide nos puede parecer difícil, pero Él siempre está atento a nuestras necesidades. Él nos dotó de lo necesario para cumplir con nuestra misión.

¿En qué tengo mi seguridad? ¿En la ciencia médica, en el gobierno, en mis pertenencias? Los niños confían en sus padres. Los niños no tienen malicia. Hermano: Libérate de tu malicia, de un corazón duro.

Los niños tienen una sensibilidad muy fine para captar la presencia de una flor, de una piedra o de un insecto. Saben contemplar y disfrutar con esas cosas pequeñas.

Clama, ne cesses!, dice la Escritura. Que nos sintamos urgidos a acudir a la presencia real de Jesús en el sagrario. El clamor mueve el corazón de Dios, las entrañas de Dios. Si eres niño serás omnipotente, lo podrás todo porque te sentirás necesitado. Necesitamos sabernos niños que no alcanzan las cosas. Como el niño mide menos de un metro, clama, grita. Si perseveramos en las peticiones, Dios nos bendecirá. Delante de Dios somos niños pequeñísimos, y Dios juega con nosotros como juegan los padres con sus hijos.

Reginaldo Garrigou Lagrange cuenta que como dominico joven estudiaba y estudiaba a Santo Tomás, y en un momento dado tuvo una gran crisis afectiva, y se planteó ¿es que mi vida va a ser sólo estudiar? Su director espiritual le dijo: Cada noche cuando te vayas a dormir, en vez de hacer examen riguroso simplemente ponte a conversar con María como conversabas con tu mamá en tu infancia, ábrele tu corazón, muéstrale tus miserias con una absoluta confianza y te sentirás enormemente confortado. Así lo hizo. Iba en una dirección peligrosa pues se basaba en sus fuerzas. Para nuestra Madre del Cielo jamás dejamos de ser pequeños. Los niños no quieren separarse de su mamá.

 
Imagen de Photogi en Pixabay


 

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