Por Rebeca Reynaud
Poca gente dice: “No creo que Dios exista pues mi razón me dice que así es”; es más frecuente encontrarnos con “ateos prácticos”, es decir, personas que viven como si Dios no existiera y como si su alma no fuera inmortal.
¿Cómo es posible establecer una relación entre el hombre y el Maestro del Universo? Es el hombre quien debe dar el primer paso. Para que exista una conexión entre el hombre y Dios, primero tiene que haber una abertura, un pasaje, aunque éste sea tan pequeño como el ojo de una aguja, luego el Maestro entrará, por así decirlo, y ensanchará el pasaje. (cfr. Chaim Potok, Mi nombre es Asher Lev, p. 101).
El hombre puede resistir, y de hecho frecuentemente resiste, a la gracia divina. “No es la bondad de Dios la culpable de que la fe no nazca en todos los hombres, sino la disposición insuficiente de los que reciben la predicación de la palabra” (Oratio catechetica magna, 31). Esta resistencia humana es llamada en la Sagrada Escritura “dureza de corazón” (Rom 9,18) o simplemente “endurecimiento” (Dt 15,7).
El ser humano se endurece cuando se obstina en resistir a la gracia. Alega a veces dificultades intelectuales o teóricas para no creer o no convertirse, pero con frecuencia se trata en realidad de malas disposiciones en la voluntad.
“No hay que pedir cuentas a Dios —comenta San Juan Crisóstomo—. Exigirle pruebas de su poder, de su providencia, de su solicitud, equivale a no estar aún bien seguro de su poder, de su bondad y de su clemencia” (San Juan Crisóstomo, Hom sobre Hebreos, 6).
La historia del pueblo elegido no es un conjunto de hechos pasados. Se mantiene en el presente viva y cargada de consecuencias para el comportamiento de los cristianos.
El libro del Éxodo narra cómo los israelitas salieron de Egipto bajo la guía de Moisés (cfr. Ex 12, 35-39). Sin embargo, su incredulidad e infidelidad hacia Dios impidió que los mismos que habían partido de Egipto tomaran posesión de la tierra prometida (Núm 14,20ss). Las faltas de fe en Dios y en Moisés, las murmuraciones y desobediencias que culminaron en ese castigo de Dios son un ejemplo para nosotros, porque también el cristiano por infidelidad podría fracasar en el logro de la vida eterna.
De la incredulidad viene la tentación de la desobediencia, y la desobediencia es una manifestación práctica de incredulidad. Si las llamadas de Dios son desoídas habitualmente por el cristiano, se puede crear una situación espiritual de resistencia a la gracia cada vez más grave y terminar en la pérdida de la fe. La incredulidad no suele ser algo repentino, sino que corona un proceso de desobediencia interior.
Stefano Gobbi nos advierte: Puesto que Satanás hoy ha engañado a la mayor parte de la humanidad con la soberbia, con el espíritu de rebelión a Dios, sólo con la humildad y con la pequeñez ahora es posible encontrar y ver al Señor.
Ana Catalina Emmerick, beatificada por el Papa Juan Pablo II escribe: “Según el modo como buscamos a Dios, así lo encontramos”. En otro momento dice: “Todo cuanto el hombre piensa, dice y hace tiene alguna vida y continúa viviendo como obra buena o mala. Lo malo hay que remediarlo con la confesión y la penitencia; de otro modo continuarán las consecuencias del pecado sin término”.
Séneca afirma: En tres tiempos se divide la vida: en pasado, presente y futuro. De éstos el presente es brevísimo; el futuro, dudoso, el pasado, incierto.
El cristianismo anuncia la realidad más positiva y gozosa de la historia: El encuentro de la humanidad con la Verdad encarnada, con Cristo, que revela lo que es el hombre, al hombre. El mensaje del Salvador es la medida del verdadero humanismo.
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay