16Por Arturo Montelongo Mercado, Secretario de la Dimensión Episcopal de Pastoral de la Movilidad Humana |

La Iglesia ha contemplado siempre en los emigrantes la imagen de Cristo que dijo: «era forastero, y me hospedasteis» (Mt 25,35). Para ella sus vicisitudes son interpelación a la fe y al amor de los creyentes, llamados, de este modo, a sanar los males que surgen de las migraciones y a descubrir el designio que Dios realiza a través suyo, incluso si nacen de injusticias evidentes.

Las migraciones, al acercar entre sí los múltiples elementos que componen la familia humana, tienden, en efecto, a la construcción de un cuerpo social siempre más amplio y variado, casi como una prolongación de ese encuentro de pueblos y razas que, gracias al don del Espíritu en Pentecostés, se transformó en fraternidad eclesial.

Si, por un lado, los sufrimientos que acompañan las migraciones son – de hecho – la expresión de los dolores de parto de una nueva humanidad, por el otro, las desigualdades y los desequilibrios, de los que ellas son consecuencia y manifestación, muestran la laceración introducida en la familia humana por el pecado y constituyen, por tanto, un doloroso llamamiento a la verdadera fraternidad.

Esta visión nos lleva a relacionar las migraciones con los eventos bíblicos que marcan las etapas del arduo camino de la humanidad hacia el nacimiento de un pueblo, por encima de discriminaciones y fronteras, depositario del don de Dios para todos los pueblos y abierto a la vocación eterna del hombre. Es decir, la fe percibe en ellas el camino de los Patriarcas que, sostenidos por la Promesa, anhelaban la Patria futura, y el de los Hebreos que fueron liberados de la esclavitud con el paso del Mar Rojo, con el éxodo que da origen al Pueblo de la Alianza. La fe siempre encuentra en las migraciones, en cierto sentido, el exilio que sitúa al hombre ante la relatividad de toda meta alcanzada y de nuevo descubre en ellas el mensaje universal de los Profetas. Éstos denuncian como contrarias al designio de Dios las discriminaciones, las opresiones, las deportaciones, las dispersiones y las persecuciones, y las toman como punto de partida para anunciar la salvación para todos los hombres, dando testimonio de que incluso en la sucesión caótica y contradictoria de los acontecimientos humanos, Dios sigue tejiendo su plan de salvación hasta la completa recapitulación del universo en Cristo (cfr. Ef 1,10).

La DEPMH continúa su labor de acompañamiento de los hermanos migrantes, no solo como un proceso de camino que lleva a recorrer grandes distancias y enfrentar graves peligros o incluso situaciones difíciles de superar o hasta inhumanas, sino también con un acompañamiento espiritual desde la fe y en la oración con gran sentido de caridad como expresión del mismo amor de Dios para todos.

La DEPMH, como dependencia de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, se encarga también de tender puentes mediante la apertura, promoción y consolidación de las relaciones interinstitucionales en favor de los migrante, entre ellas encontramos: SEGOB,  INM, ACNUR, OIM, DIF, CNDH, entre otras, esto con la finalidad de brindar el apoyo necesario cuando es requerido por los mismos migrantes que se encuentran en situaciones particulares de vulnerabilidad en las que es necesario brindar protección y refugio temporal o permanente, sobre todo aquellos que en razón de su condición, requieren de un status migratorio diferente de acuerdo a su condición de refugiados, no dejamos tampoco de tomar en cuenta la ardua labor que los diferentes albergues, distribuidos a lo largo y ancho del territorio nacional bajo la excelente coordinación de sus directores, vienen desarrollando, muchas de las veces con grandes carencias y necesidades, así como con incomprensiones y persecuciones tanto de  directivos  como de colaboradores y voluntarios.

Que sea el Señor Jesús, quien como principal migrante, acompañe el caminar de nuestros hermanos, consolide los vínculos de comunión entre ellos mismos para que se sientan muy cercanos unos de los otros y se apoyen en el mismo camino que llevan y que a todos aquellos que de una u otra forma, cercana o a distancia, en el camino o detrás de un escritorio, desarrollamos trabajos en favor de los migrantes, nos conceda una caridad incesante y un labor incansable para seguir haciendo presente su Reino entre los más pobres de los pobres, nuestros hermanos migrantes.

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