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El día 6 de enero celebramos, popularmente, la adoración del Niño Jesús por los tres reyes magos: Melchor, Gaspar y Baltasar. En muchas zonas del mundo cristiano este es un día alegre para todos, especialmente para los niños. Pero, ante esta celebración debemos hacernos preguntas como las siguientes: ¿Quiénes eran? ¿Cuántos eran? ¿De dónde venían? ¿Cómo se llamaban? ¿Cuál era la intención de su viaje? ¿Qué enseñanza nos dan?

Respecto a la primera pregunta, la narración del hecho que os da san Mateo en su Evangelio (capítulo 2, versículos del 1 al 12) nos dice que “unos magos (Magoi), que venían de Oriente, llegaron a Jerusalén”, de modo que los llama “magos”, a secas: ni en estos versículos ni en ningún otro relato los llama reyes. Entonces, preguntará alguno: ¿de dónde tuvo origen el llamarlos reyes? Del salmo 72 (71 en la traducción latina), versículo 10, que dice: 2Los reyes de Tarsis y de las Islas le pagarán tributo; los reyes de Saba y de Arabia le ofrecerán sus dones”, y el verso 11 añade: “Ante Él se postrarán todos los reyes”.

Aún podemos preguntar: ¿qué son los magos? Eran individuos con algunos poderes extraordinarios como convertir una vara en serpiente (¿hechiceros o prestidigitadores?). Interpretar los sueños y visiones, adivinar lo oculto y predecir el futuro. Además, entre los medos y persas formaban una clase sacerdotal, y entre los babilonios, cultivaban la astrología y la astronomía. Veáse por ejemplo, el libro de Daniel (1, 17-20 y 4, 1-4).

¿Cuántos eran? La narración evangélica no hace referencia al número de ellos. Únicamente, en el versículo 11, describe los regalos que le ofrecieron al Niño Dios: “Oro, incienso y mirra”, coo de tres clases y de allí dedujeron que podrían haber sido tres.

Un camino guiado por la estrella

¿De dónde venían? San Mateo sólo dice, en el versículo 1, que venían de Oriente, esto es, que eran extranjeros, que no pertenecían al pueblo de Israel, al Pueblo de Dios. San Beda el Venerable (c.672-735) fue el primero que sabemos que opinó al respecto y los hizo originarios de los continentes europeo, asiático y africano; su opinión evidentemente muy convencional. El texto sagrado parece sugerir, si atendemos a la clase de regalos que presentaron al Divino Niño, que son árabes, pues esos regalos son muy característicos de arabia. Pero, por otro lado, si atendemos a que una estrella les dio a conocer el nacimiento de Jesús y los guio hasta Belén, se nos sugiere que, por sus conocimientos de astronomía, eran babilonios.

Los israelitas (los del reino del norte) habían sido deportados por el rey de Asiria; y los judíos (los del reino del sur) lo fueron a Babilonia, reino éste que posteriormente fue hecho tributario de asiria, por lo que Nabucodonosor II permitió a los judíos volver a Judá y reconstruir el templo de Jerusalén, en tanto que el reino del norte se extinguió. Estas deportaciones pudieron ser la razón de que los deportados conocieran las profecías mesiánicas del libro de los Números (24,17), a saber: “La veo pero no ahora; la contemplo pero no cerca, se alza de Jacob una estrella”; y la de Isaías (60, 6): “Te cubrirán muchedumbres de camellos, de dromedarios de Madián y de Efa. Todos vienen de Saba trayendo oro e incienso”. La primera, unida a sus conocimientos astronómicos hizo posible a magos babilonios conocer el nacimiento de Cristo y ser guiados por una estrella, hasta Belén. La segunda les hizo posible saber el tipo de regalos que podían ofrecerle.

En cuanto a los nombres, ¿se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar? No sabemos en que se inspiraron quienes sugirieron que esos podían ser los nombres de los magos: lo que sí sabemos es que son nombres de uso muy posterior y que se empezaron a usar en el siglo VIII.

“Hemos venido a adorarlo”

En lo que toca al propósito del viaje, Mateo (2,2), dice que los mismos magos de Oriente expresaron su intención: «Hemos venido a adorarle». El Papa san Juan Pablo II, reflexionando con los jóvenes en una carta que les dirigió en 2004, decía: “En verdad, la luz de Cristo ya iluminaba la inteligencia y el corazón de los Reyes Magos. «Se pusieron en camino» (Mt 2,9), cuenta el evangelista, lanzándose con coraje por caminos desconocidos y emprendiendo un largo viaje nada fácil. No dudaron en dejar todo para seguir la estrella que habían visto salir en el Oriente (cfr. Mt 2,2).

La enseñanza que la experiencia de los magos de Oriente nos deja es muy vasta. Siguiendo la narración evangélica tenemos que: “Y la estrella … iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño» (Mt 2,9). Los Reyes Magos llegaron a Belén porque se dejaron guiar dócilmente por la estrella. Más aún, «al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría» (Mt 2,10). Dejarse guiar, no sólo por la estrella –los signos de Dios- sino también de la Palabra que anuncia las buenas nuevas.

«Y postrándose le adoraron» (Mt 2,11). “Si en el Niño que María estrecha entre sus brazos los Reyes Magos reconocen y adoran al esperado de las gentes anunciado por los profetas, nosotros podemos adorarlo hoy en la Eucaristía y reconocerlo como nuestro Creador, único Señor y Salvador”, dice san Juan Pablo II, que nos recuerda que esa es nuestra vocación: ¡Ser adoradores del único y verdadero Dios, reconociéndole el primer puesto en vuestra existencia!

Ante la tentación de la idolatría

Juan Pablo II nos recordaba que la idolatría es una tentación constante del hombre. “Desgraciadamente hay gente que busca la solución de los problemas en prácticas religiosas incompatibles con la fe cristiana. Es fuerte el impulso de creer en los falsos mitos del éxito y del poder; es peligroso abrazar conceptos evanescentes de lo sagrado que presentan a Dios bajo la forma de energía cósmica, o de otras maneras no concordes con la doctrina católica”.

Seguir la luz de Cristo

El Papa Francisco nos muestra un camino de conversión inspirado en el trayecto de los magos: “Hoy será bueno que nos repitamos la pregunta de los Magos: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo» (Mt 2,2). Nos sentimos urgidos, sobre todo en un momento como el actual, a escrutar los signos que Dios nos ofrece, sabiendo que debemos esforzarnos para descifrarlos y comprender así su voluntad. Estamos llamados a ir a Belén para encontrar al Niño y a su Madre. Sigamos la luz que Dios nos da –pequeñita […] aquella pequeña luz–, la luz que proviene del rostro de Cristo, lleno de misericordia y fidelidad. Y, una vez que estemos ante él, adorémoslo con todo el corazón, y ofrezcámosle nuestros dones: nuestra libertad, nuestra inteligencia, nuestro amor. La verdadera sabiduría se esconde en el rostro de este Niño. Y es aquí, en la sencillez de Belén, donde encuentra su síntesis la vida de la Iglesia. Aquí está la fuente de esa luz que atrae a sí a todas las personas en el mundo y guía a los pueblos por el camino de la paz.

 

 

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