AGENDA INTERNACIONAL | Por Georg  EICKHOFF |

El pasado 5 de enero, Julio Borges asumió la presidencia de la Asamblea Nacional, el parlamento unicameral de Venezuela. En su discurso inaugural, anunció que la Asamblea, con su amplia mayoría opositora, declarará, en los próximos días, el «abandono de cargo» por parte del Presidente Maduro al encontrarse este fuera de la Constitución.

Maduro gobierna sin el parlamento y contra el parlamento. El presupuesto nacional para el año 2017 ni siquiera fue remitido a la Asamblea. Fue el Tribunal Supremo de Justicia, controlado por Maduro, que lo aprobó. El mismo tribunal ya anunció que cualquier decisión de la Asamblea contra el gobierno será nula, especialmente una declaratoria de «abandono de cargo», la cual se encuentra en la Constitución, pero carece de un marco jurídico concreto para su implementación.

Bajo la dictadura que, de esta manera, se ha instalado en Venezuela, el poder de Julio Borges al frente de la Asamblea es testimonial y simbólico. En su discurso inaugural, apeló a las Fuerzas Armadas a restaurar el orden constitucional. Fue un intento de avivar posibles contradicciones dentro de las filas militares que sin duda están enteramente controladas por el chavismo. Borges es un buen conocedor del mundo militar donde siempre ha cultivado los tenues hilos de diálogo que los tiempos permiten.

El padre de cuatrillizos (Ana Sofía, Juan Pablo, Andrés Ignacio, Juan Diego; todos De la Divina Pastora) y fundador-presidente, desde el año 2000, del mayor partido opositor, Primero Justicia, está formado en la Doctrina Social de la Iglesia. Promueve sus principios dentro de Primero Justicia, agrupación que, en varios sentidos, es heredera del casi extinto «partido socialcristiano» COPEI del histórico líder católico Rafael Caldera (1916-2009).

En su discurso inaugural, Borges hizo referencia implícita a Caldera por medio de una cita famosa, aunque no la destacó como tal. Al buen entendedor pocas palabras bastan. «En mis manos no se perderá la república». Caldera lo había dicho al asumir la presidencia, en 1994, y recordó la frase cuando entregó el poder, en 1999, al militar Hugo Chávez quien llevó Venezuela a la miseria y la dictadura.

Esta frase histórica, transportada al año 2017, provoca más bien la respuesta del último desengaño quijotesco. «En los nidos de antaño, no hay pájaros hogaño», dijo Alonso Quijano el bueno al despertar de su sueño caballeresco y morir.

A muchos venezolanos, el discurso de Borges les ayudó poco para sacarlos de la depresión y parálisis ante la dictadura. No creen que en las filas militares sobreviva aún el concepto de honor o un sentimiento patriótico. Más bien se convencen, cada día más, de que la corrupción y el narcotráfico ya se comieron estas cosas del pasado.

Mientras la Asamblea Nacional puso a Julio Borges en su presidencia, el dictador Nicolás Maduro nombró al investigado internacionalmente por narcotráfico Tareck El Aissami como Vicepresidente quien ejerce el control sobra la policía política.

A los laicos comprometidos como Julio Borges, les toca un rol testimonial de resistencia, como a Cicerón, en el ocaso de la república romana, aplastada por la guerra civil y la dictadura. Su discurso inaugural, en la Asamblea, fue prueba de una noble esperanza contra-fáctica y atemporal.

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