Por Monseñor Mario de Gasperín, Obispo Emérito de Querétaro /
Vivir con la Biblia es uno de los títulos de la fecunda obra de difusión de las Sagradas Escrituras del fallecido cardenal Carlo María Martini, arzobispo de Milán, y antes profesor del Pontificio Instituto Bíblico de Roma y Jerusalén. Aunque ciertamente era de estatura más que mediana, su grandeza le viene por su valer intelectual, por el testimonio de su fe y por su gran capacidad para dialogar con el hombre actual relativista y plural.
El título llama la atención por su singularidad y puede prestarse a equívocos. No se trata de vivir con la Biblia bajo el brazo, tenerla en el librero o en la mesa de noche sin abrir. Porque si bien la Biblia es un libro -o una colección de libros- es, sobre todo, «alguien», como decía el Papa Pablo VI. Esto sí que es algo muy singular.
La Biblia, más que un libro, es una persona. Aquí está el verdadero significado del título que el señor Cardenal escogió para su escrito. El Concilio Vaticano II nos enseña que en las santas Escrituras el Padre del cielo sale al encuentro de sus hijos para dialogar con ellos. Es, por tanto, un lugar de encuentro personal del hombre con su Dios. Leyendo y meditando la Escritura, la criatura entabla un diálogo con su creador. Podríamos decir que allí se palpa el latir del corazón de Dios. Jesucristo remitió a sus adversarios a estudiar las Escrituras, porque en ellas se encuentra el testimonio vivo de su persona. Sólo que hay que saber descubrirlo. La misma Biblia califica sus palabras como vivas y eficaces, porque comunican vida y tienen fuerza para llevar al hombre a conseguir la herencia eterna. La Biblia nos educa en el proceder de Dios que hace y cumple lo prometido, no los gustos de cada quien. Los personajes bíblicos son nuestros guías en este caminar.
Esta verdad la vive la Iglesia en el culto. La liturgia nos pide tratar con respeto y a rendir honor a los libros que contienen la santa Palabra de Dios. El evangeliario, por ejemplo, se lleva en procesión solemne y entre luces; se inciensa antes de proclamarlo y se besa al final. Es la veneración debida a Cristo que nos habló. Se le concede el honor de colocarlo sobre el altar, como se hará con el Cuerpo eucarístico de Cristo. San Ignacio de Antioquia, ese gran obispo y mártir de los primeros siglos de la Iglesia, solía llamar al Evangelio la carne de Cristo. Bien valdría la pena revisar todo lo referente a la veneración debida a las santas Escrituras en nuestras celebraciones litúrgicas, porque ni el ambón es un mueble, ni el libro un objeto y de un lector lo mínimo que se pide es que sepa leer.
El cardenal Carlo María Martini vivió con la Biblia, en comunión con el Padre del cielo, escuchando su voz y gozando de la compañía del Hijo presente en su Palabra. Por eso se hizo escuchar hasta del hombre moderno desacralizado. En este mismo tono y con la autoridad del apóstol Pedro, el Papa Benedicto dijo que el Año de la fe y el Sínodo sobre la Nueva Evangelización, si quieren hablar con fuerza al hombre de hoy, tienen que beber de la fuente pura y limpia de vida cristiana que es la Palabra de Dios.