Por Felipe Arizmendi Esquivel | Obispo de San Cristóbal de Las Casas |

SITUACIONES

Fui invitado a participar en un diálogo regional entre Centroamérica, México y Estados Unidos, organizado por la Comisión de Pastoral de la Movilidad Humana de la Conferencia Episcopal de Guatemala y el Ministerio de Relaciones Exteriores de este país, titulado “El rostro humano de la migración: en búsqueda de un camino para la reunificación familiar”.

Entre otros datos, se dijo que cada año salen cerca de 200 mil guatemaltecos, intentando llegar a los Estados Unidos; de ellos, 25 mil son deportados por tierra y 45 mil por vía aérea. Allá viven un millón y medio, de los cuales unos 900 mil son indocumentados. Es muy preocupante que en México estén unos 16 mil niños detenidos y no repatriados a tiempo a Guatemala. Es vergonzoso el mal trato que reciben a su paso por nuestro país, donde son vejados, extorsionados, violados y asesinados. Pedí públicamente perdón por tantas injusticias que se les cometen por el crimen organizado, los polleros, algunas autoridades, los narcotraficantes y también por ciudadanos que los menosprecian, como si todos fueran criminales. Como Iglesia Católica, hacemos esfuerzos por atenderlos fraternalmente, tanto en muchos albergues que se han implementado en varias diócesis, como en asesoría jurídica y ayuda humanitaria.

Los representantes del episcopado norteamericano nos informaron que es muy probable que no sea aprobada pronto la propuesta del Presidente Obama de una reforma migratoria. Aunque el Senado ya aprobó algunos puntos, la Cámara de Representantes se resiste a hacerlo. Los obispos de allá han luchado por defender, también en el Congreso, los derechos y la dignidad de los migrantes, con cabildeos incluso con el primer mandatario. Si se aprobara el proyecto, unos once millones de indocumentados podrían tener abierto el camino a obtener la ciudadanía norteamericana. Se busca facilitar que las familias se puedan reunificar; que la repatriación se haga en forma más humana, sobre todo de niños y adolescentes no acompañados por sus padres; que los trabajadores temporales ingresen legalmente y tengan protección integral; que se respeten los derechos de los migrantes en los procesos judiciales; que se apoyen políticas económicas para el justo desarrollo de los países de origen, y así no haya tanta pobreza, que es una de las causas estructurales más graves de la migración. Se lamenta que haya tratados de libre comercio entre Estados Unidos y nuestros países, para que pasen libremente el capital y los objetos materiales, pero se ponen barreras para que pasen los seres humanos. Una buena reforma migratoria sería benéfica para el país del Norte, incluso en el sentido económico.

ILUMINACION

¿Qué nos mueve para trabajar más pastoralmente por la dignidad de los migrantes? No es la política ni la economía, sino el Evangelio, el camino señalado por Jesús, que nos indica ver como hermanos a cuantos sufren por esta causa: “Tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; era migrante y me recibieron”(Mt 25,35).

El Papa Francisco, en su mensaje con motivo de la Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado, ha dicho: “Para huir de situaciones de miseria o de persecución, buscando mejores posibilidades o salvar su vida, millones de personas comienzan un viaje migratorio y, mientras esperan cumplir sus expectativas, encuentran frecuentemente desconfianza, cerrazón y exclusión, y son golpeados por otras desventuras, con frecuencia muy graves y que hieren su dignidad humana… La Iglesia, en camino con los emigrantes y los refugiados, se compromete a comprender las causas de las migraciones, pero también a trabajar para superar sus efectos negativos y valorizar los positivos en las comunidades de origen, tránsito y destino de los movimientos migratorios”.

COMPROMISOS

Nuestros gobernantes y legisladores deben vibrar ante lo que viven los migrantes, para luchar por sus derechos y buscar mecanismos legales para su protección. Pero todos hemos de ponernos la mano en el corazón y ayudarles con lo que nos sea posible, pues son nuestros hermanos, hijos de Dios.

 

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