Por Fernando Pascual |

Ir a la derecha o a la izquierda. Acelerar o frenar. Comer con o sin sal. Subir por las escaleras o en el ascensor. Comprar o no comprar por la tarde.

Ante nuestros ojos hay mil bifurcaciones. Decidimos. Luego ocurren tantas cosas. Nos parecen positivas, si al entrar en la tienda encontramos a un amigo que nos ofrece palabras de consuelo. O tal vez son tristes, si por haber frenado antes de tiempo el coche de atrás chocó contra el nuestro.

La vida está llena de misterios. Quisiéramos, a veces, saber lo que hay detrás de cada alternativa, pues así evitaríamos las opciones que consideramos dañinas y escogeríamos las que parecen más seguras. Aunque, a decir verdad, tras una opción que nos alegra quizá se esconde un peligro inesperado, o una opción que culminó en un accidente se convierte en el inicio de algo bueno.

Porque si al frenar nos chocaron, tal vez gracias a ese choque empezamos a vivir con más prudencia y evitamos un accidente mucho más grave. O porque tras la alegría del encuentro con ese amigo escuchamos una calumnia que envenena nuestras relaciones en el trabajo o en familia.

¿Qué ocurrirá en este día que tengo ahora entre mis manos? Por más vueltas que le dé al asunto, nunca encontraré ante mí un camino exento de peligros. Porque la vida está hecha de tantas dimensiones que hasta en un postre delicioso es posible encontrar ese virus que provocará una enfermedad durante muchos años.

Hoy tengo ante mis ojos mil bifurcaciones. Si pido luz al Espíritu Santo, si confío en Dios que es Padre y que todo lo que permite para ayudarme a ser más bueno, si escojo el amor como faro al reflexionar sobre cada asunto, si encuentro un buen consejero, al menos tendré un corazón más sereno a la hora de tomar mis decisiones. El resto quedará en las manos de Dios, que viste a los lirios del campo y que da de comer a las aves del cielo (cf. Lc 12,22-30).

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