Reseña de un artículo del padre Juan Manuel Galaviz Herrera, SSP |

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“Entonces, de rodillas, el agua tumultuosa arriba de la cintura, y sin que se lo propusiera, la resignada frase cristiana vínole a los labios: –Todo está consumado

“No era un capitán de navío el que se abandonaba a la muerte, de rodillas sobre la cubierta sin tiempo. Era un pecador humano, anti heroico, transido por el mal, derrotado para siempre, caída la cabeza hasta lo más profundo del desconsuelo y de la pena.

“¿A dónde, cómo, por qué caminos demoníacos su gran equívoco? Ya por delante no había nada qué vivir. Apenas algunos minutos u horas de desesperada angustia, vacíos e inútiles. Porque ocurría que, próximo a la muerte, se le revelaba la esterilidad monstruosa de su existencia sin sentido. Todo su pasado era una error triste donde no hubo un solo momento de victoria”.

Con estas aplastantes palabras anuncia José Revueltas la muerte del cura, uno de los personajes fundamentales de su novela El Luto Humano. Y más que anunciar la muerte de un individuo, proclama la inutilidad absoluta, la suprema derrota y la necesaria desaparición del sacerdocio católico.

Es el comunista quien escribe, y lo hace coherentemente con su ideología y con sus propias perspectivas histórico-filosóficas. Por eso es importante analizar el papel y significado que otorga José Revueltas al cura de su novela. Lo llamamos así, simplemente “el cura”, porque el escritor se refiere a él con esa denominación genérica, sin darle nombre ni apellido, como si se hubiera propuesto acentuar la dimensión simbólica que le confiere.

¿Quién es ese sacerdote y cuál el significado de su figura? ¿Cómo ha llegado hasta el punto pavoroso en que lo encontramos?

La desesperanza de Revueltas

El desarrollo circular de la novela abraza una serie de episodios dramáticos, expuestos a través de visiones retrospectivas que nos permiten enterarnos de cuanto ha sucedido en esa región durante los años anteriores.

“El propósito evidente de Revueltas consiste en superar, dentro de la propia novela, la significación que se desprende usualmente de los hechos: de ahí el conjunto de desplazamiento –símbolos, metáforas, imágenes– dispuestos con la función de construir un nivel denso de sentido”. Ese nuevo sentido que Revueltas da a los episodios que narra es la aplicación de su propia filosofía de luchador desesperanzado y cultor de la desesperanza.

En medio de todas las desgracias que se suceden a los desdichados personajes a lo largo de la novela, “el cura” se descubre “incapaz de salvarlos”: “Su iglesia estaba ahí caminando con aquellos hombres. Su iglesia viva, sin ubicación, junto a la muerte mexicana que iba y venía, tierna, sangrienta, trágica”.

De ese modo nos enteramos de lo que ha sido la vida del sacerdote, siempre entre la duda y el anhelo, la entrega y el desengaño, la audacia y la cobardía, sedimentándose cada vez más, en el fondo de su espíritu, la convicción del fracaso, la evidencia de su inutilidad.

“Palpándose el pecho, hasta su mano llegaba la sequedad del alma. Alma amurallada con círculos infinitos, del uno al mil, del mil al millón, sin luz dentro, con tinieblas atroces que no dejaban ver, que no dejaban respirar. Era terrible darse cuenta de la derrota, y la satánica inteligencia repetía ahí la verdad indudable: corazón amurallado, sin luz, que transcurrió por la vida inútilmente, estérilmente, como sobre un desierto, no dejando huellas, ni rama, ni sombra, ni abrigo”.

¿Inutilidad de la fe?

En la novela, el cura queda al margen de toda significación que no sea el sentido de una institución sin sentido. La fe sobrenatural no tiene cabida en la mentalidad de Revueltas, y su personaje sacerdotal tampoco es un verdadero creyente. En la valoración que hace el novelista, la Iglesia misma es ya un pasado, la memoria de una aspiración que no llegó a prosperar, y el espectro de una persistencia terca y absurda: “El pueblecito tuvo sus altas y sus bajas, hasta la baja final, cuando ya no había remedio y emigraron todos, huyendo, en busca de otra tierra, y solamente el cura silencioso, hermético, quedó en la iglesia, muriéndose de hambre, abandonado por su grey”.

La crítica que hace Revueltas del proceso de evangelización en México es directa y despiadada:

“Hiciéronlo mal los españoles cuando destruyeron, para construir otros católicos, los templos gentiles. Aquello no constituía realmente el acabar con una religión para que se implantase otra, sino el acabar con toda religión, con todo sentido de religión. La Colonia Española, muy rápidamente hecha a las trapacerías –tal vez a partir del ejemplo establecido por Cristóbal Colón, casuístico y chapucero–, pudo engañar con facilidad relativa a los altos dignatarios de la Iglesia, tanto en Roma como en la Península, mediante informes desmesurados a propósito de la ‘conversión’ de infieles. A los juristas teológicos de la Colonia importábales más el canon que los espíritus y si la letra era respetada, bien podían los indígenas continuar idólatras en el fondo”. 

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