Por Luis García Orso |
El abuso sexual de menores cometido por sacerdotes católicos ha sido un problema público y social del que el Papa ha querido pedir perdón y corrección. Como todo asunto llevado a la noticia pública, es objeto también de diversos acercamientos en la literatura, el teatro, el cine, y los medios de comunicación, obviamente bajo diversos ángulos y con diversas opiniones. Convertido en asunto público por el mismo Papa Benedicto XVI, ya no puede verse como una campaña contra la Iglesia Católica, sino como un hecho real, vergonzoso y doloroso, que pide a la Iglesia una revisión profunda que ayude a proponer, encauzar, corregir, a recuperar lo que Dios esté queriéndonos decir desde los acontecimientos, y a tomar las acciones consecuentes, responsables y justas.
Dos películas han abordado hechos históricos de abuso físico, psicológico y sexual sobre adolescentes en internados de Irlanda dirigidos por Congregaciones Religiosas: Song for a Raggy Boy y The Magdalene Sisters. Cuando se exhibieron hace unos años, algunos católicos se sintieron ofendidos por mostrar en pantalla esas situaciones. Pero los reformatorios católicos de adolescentes realmente existieron; aunque la versión fílmica sea sólo representación cinematográfica. Hoy sabemos que la realidad supera a esa ficción: las investigaciones publicadas en Irlanda en 2009 revelaron cientos de casos de abusos criminales por parte de sacerdotes, hermanos religiosos y monjas, desde la década de los treinta hasta los noventas.
Los Hermanos de las Escuelas Católicas se hicieron cargo en Irlanda de los reformatorios para chicos varones. Padre Nuestro o Los niños de San Judas es el título castellano que recibe la adaptación fílmica (de Aisling Walsh, 2003) de la novela Song for a Raggy Boy (Canción por un chico andrajoso), una obra autobiográfica de Patrick Galvin, literato de renombre en Irlanda.
La acción se desarrolla en 1939, al término de la guerra civil española, cuando William Franklin es contratado como el único profesor laico en una escuela-internado de los Hermanos, dedicada a San Judas, en algún pueblo irlandés. Franklin ha combatido antes contra el fascismo franquista (según se nos presenta en escenas en sepia, por lo demás superficiales y sin el mínimo contexto histórico), y ahora, en busca de trabajo, se encuentra de nuevo en un ambiente fascista, pero bendecido religiosamente. Para el Hermano John los niños no son seres humanos con inteligencia sino brutos animales a los que hay que domar, corregir, castigar, educar a base de golpes. En cambio, para el señor Franklin los chicos pueden ser redimidos y educados a través de la literatura, por lo que se dedica pacientemente a alfabetizarlos y luego a acercarlos a las grandes obras de la narración y la poesía en inglés.
La película no va más allá de la visión dualista y maniquea, de un profesor enormemente bueno y otro terriblemente malo. Desde ahí, la directora del filme se reducirá a presentar muy gráfica y exageradamente todos los malos tratos físicos y la violencia que los niños pueden recibir del sádico Hermano John y las bondades que la literatura puede traerles, por medio del maestro Franklin, en una versión mucho más simple que La Sociedad de los Poetas Muertos (de Peter Weir, 1989). Los dos adolescentes protagonistas de ambas educaciones, Liam y Patrick, son mucho más verosímiles y naturales en su actuación que los mismos adultos.
Con todo, aun siendo una historia tan simplista y lineal, puede uno llegar a imaginar lo que en verdad pudieron ser estos reformatorios católicos que duraron en Irlanda hasta 1984, siguiendo fielmente aquel dicho de que “la letra con sangre entra”. El abuso del poder y de la autoridad religiosa, “en nombre de Dios”, siempre será una tentación que hay que rechazar en el camino del Evangelio y una vergüenza para la Iglesia siempre que se dé.
Mucho mejor llevada cinematográficamente en la historia y los personajes, The Magdalene Sisters (En el nombre de Dios o Las Hermanas de la Magdalena) es la película que Peter Mullan realiza basada en entrevistas a mujeres que estuvieron internadas a principios de los años 60s, para ser reformadas de sus supuestos “pecados” juveniles, como ser coquetas, ser liberales en su trato, haber sido violadas, o ser madres solteras. Habría que pensar en lo que cultural y religiosamente pudo haber sido esa época con una comprensión y valoración tan disminuida de la mujer y de la adolescente dentro de una sociedad machista y autoritaria, y con una educación religiosa tan fuertemente impregnada de una noción teológica del pecado y de la reparación que en realidad deforma el anuncio de la misericordia de Dios y la rehabilitación de sus hijos e hijas, y carga su acento en lo que las criaturas pecadoras han de “pagar” a Dios por sus pecados o, a veces, sólo por sus limitaciones humanas.
Las lavanderías de las Hermanas Magdalenas tenían un trasfondo teológico propio de una mentalidad que esperamos ahora superada: las jóvenes debían “lavar” sus culpas y pecados través de un trabajo duro e inhumano, que las hiciera sufrir aun físicamente para castigar su “cuerpo de pecado”. Con esta valoración inhumana e indigna de la mujer, los mismos ministros abusaban y se aprovechaban de ese cuerpo joven. Refleja así en la práctica una teología alejada del regalo de la redención de Jesucristo, que nos amó, nos salvó y nos devolvió nuestra dignidad, no porque fuéramos buenos, sino siendo nosotros pecadores, y refleja también una práctica consecuente degradante y abusiva.
Los reformatorios católicos de las Hermanas de la Magdalena y de los Hermanos de San Judas son un acercamiento a una época y a una ideología religiosa que todos deseamos no se repita más, que derivó no sólo en el abuso sino también en la justificación y en el ocultamiento. Realidad que el mismo Papa Benedicto XVI ha calificado de “vergüenza y remordimiento”. Las dos películas pueden ayudarnos a comentar lo que cada uno piensa sobre educación, autoridad, poder, corrección, verdad y transparencia, confianza y acompañamiento; sobre la realidad actual de los jóvenes, el sentido de las faltas y del pecado, y sobre aquel Dios en quien creemos y que nos invita cada día a caminar en la vida con plenitud de humanidad y con responsabilidad; no sólo los jóvenes, sino todos, incluidos los ministros y jerarcas.
Para profundizar en estos ejemplos mostrados en las películas y en lo que hoy como Iglesia hemos de afrontar con suma seriedad y responsabilidad, creo que conviene recordar aquí las palabras de Benedicto XVI en su carta pastoral a la Iglesia de Irlanda, el 19 de Marzo de 2010:
A las víctimas de abusos y a sus familias:
“Habéis sufrido inmensamente y eso me apesadumbra en verdad. Sé que nada puede borrar el mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada y vuestra dignidad ha sido violada. Muchos habéis experimentado que cuando teníais el valor suficiente para hablar de lo que os había pasado, nadie quería escucharos. Los que habéis sufrido abusos en los internados debéis haber sentido que no había manera de escapar de vuestros sufrimientos. Es comprensible que os resulte difícil perdonar o reconciliaros con la Iglesia. En su nombre, expreso abiertamente la vergüenza y el remordimiento que sentimos todos”.
A los sacerdotes y religiosos que han abusado de niños:
“Habéis traicionado la confianza depositada en vosotros por jóvenes inocentes y por sus padres. Debéis responder de ello ante Dios todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos. Habéis perdido la estima de la gente de Irlanda y arrojado vergüenza y deshonor sobre vuestros hermanos sacerdotes o religiosos. Los que sois sacerdotes habéis violado la santidad del sacramento del Orden, en el que Cristo mismo se hace presente en nosotros y en nuestras acciones. Además del inmenso daño causado a las víctimas, se ha hecho un daño enorme a la Iglesia y a la percepción pública del sacerdocio y de la vida religiosa. Os exhorto a examinar vuestra conciencia y a asumir la responsabilidad de los pecados que habéis cometido”.