Por Jorge Traslosheros H. |

Desde hace tiempo sigo con gran interés los discursos que los papas dirigen a la comunidad internacional, con motivo de la Jornada Mundial de la Paz, y el mensaje a los miembros del cuerpo diplomático. Con ser alocuciones distintas, pueden leerse como partes de un mensaje integrado en el cual se hace recuento de los problemas del mundo. Si no estuvieran inspirados por la esperanza del Evangelio, podrían ser la tiendita de los horrores o la lista de nuestras miserias, como usted prefiera.

El Papa es líder de una comunidad de fe, cuya presencia se extiende por los cuatro puntos cardinales, hasta configurar una red de información sin paralelo. Su sede (Santa Sede) es una persona de Derecho internacional que sostiene relaciones diplomáticas con casi todos los países del mundo, cuya diplomacia opera a contracorriente de la lógica internacional. Mientras los estados defienden intereses nacionales, la Santa Sede se compromete con el bienestar y legítimos derechos de las poblaciones, donde tiene presencia y no solamente de los católicos. En otras palabras, el Papa es una voz autorizada de nuestra aldea global a la cual es necesario escuchar, incluso si el nombre de católico le produce dolor de panza.

En esta ocasión mi interés rayó en la curiosidad infantil, por tratarse de las primeras intervenciones del Papa Francisco en estos eventos cadañeros. Si bien estuvieron a tono con la formalidad del caso, también conservaron la frescura de las reflexiones nacidas de su “corazón de pastor”, como él mismo explicó.

La idea que articula sus reflexiones, es la urgencia de generar una cultura de fraternidad como fundamento y camino para la paz y la justicia, cuyo principal lugar de aprendizaje es la familia. Por eso lamenta el abandono en el cual se encuentra por presiones ideológicas y materiales inusitadas, así como por la ausencia de políticas que la “sostengan, favorezcan y consoliden”. Desde aquí señala diversos problemas que comprometen la convivencia internacional y regional, así como la dignidad de las personas.

Una vez más, clama por la paz en Siria y compromete los esfuerzos de la Iglesia con su plegaria, acción y diplomacia, recordando las jornadas de oración y ayuno de septiembre pasado que, bien sabemos, fueron esenciales para acallar los tambores de guerra batidos por Obama. Pasa revista al Medio Oriente, África y Asia, señalando el servicio de los cristianos como constructores de puentes para el diálogo, al tiempo de denunciar las distintas formas de persecución a las cuales están sometidos, así como la violación sistemática al derecho humanitario internacional en las zonas de conflicto.

También nos recuerda la raíz de tantos males: la reiterada negación de nuestra dignidad que termina por convertirnos en “objetos de descarte”. Alza la voz por los ancianos, jóvenes y migrantes, entre muchos, para sintetizar en el sufrimiento de los niños. Con serena decisión (ver video), clama: “suscita horror sólo el pensar en los niños que no podrán ver nunca la luz, víctimas del aborto, o en los que son utilizados como soldados, violentados o asesinados en los conflictos armados, o hechos objeto de mercadeo en esa tremenda forma de esclavitud moderna que es la trata de seres humanos, y que es un delito contra la humanidad”.

Francisco lanzó una mirada de esperanza sobre las llagas de nuestras miserias. Los ojos y los oídos deben servir para algo, diría el Nazareno.

jorge.traslosheros@cisav.org
Twitter:
 @trasjor

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