Por Fernando Pascual |
Formular la pregunta parece extraño, pues muchos creen (¿creemos?) tener clara la respuesta: ¡claro que es difícil la santidad!
Nuestra experiencia lo confirma. Mil y mil veces hemos hecho un propósito para cambiar, para quitar vicios arraigados, para ayudar a otros, para rezar más, para leer la Biblia, para estudiar nuestra fe. Y luego… todo quedó en nada, o en muy poco.
La mirada hacia afuera parece darnos la razón: basta con ver el mundo en el que vivimos para reconocer, con pena, que la santidad no sólo es difícil, sino que resulta algo muy extraño, casi como una joya preciosa que poseen poquísimas personas.
Sin embargo, si recordamos que Cristo es Dios, que tenemos un Padre bueno en los cielos que nos dará todo lo que pidamos, que el Espíritu Santo cambia los corazones… entonces podremos darnos cuenta de que la santidad no es tan difícil.
Podemos añadir algo más: si somos de verdad creyentes, si acogemos el Evangelio en toda su belleza, si recibimos los sacramentos desde la fe de la Iglesia y con un corazón bien dispuesto, si escuchamos al Espíritu Santo y actuamos según sus inspiraciones, si nos dejamos transformar por la gracia, ¡descubriremos que la santidad es fácil!
Sí, es fácil, porque para Dios no hay nada imposible. Porque “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). Porque en la Cruz Cristo venció el mal y la muerte. Porque es verdad aquello que dijo san Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4,13).
La santidad es fácil, en definitiva, cuando somos humildes, cuando ponemos nuestras vidas en las manos de Dios, cuando sabemos perdonar y pedir perdón, cuando nos levantamos cien veces tras el pecado y nos dejamos abrazar por quien vino a rescatar lo que estaba perdido, a curar a los enfermos y a rescatar a los pecadores.